En
1837, un antiguo priorato benedictino, ubicado a orillas del río Sarthe, en
Francia, es erigido en Abadía. Desde el entonces, el significado que adquiere
Solesmes para la liturgia romana y para el canto gregoriano en particular, será
decisivo para los destinos de este tipo de espiritualidad musical.
Este monasterio había sido construido hacia
el 1010 por Geoffroy, señor de Sablé, y puesto bajo la dependencia de los
monjes de Saint-Pierre de la Coutûre. El priorato dependía inicialmente de esa
abadía, observante de las normativas del célebre monasterio de Cluny; y luego
de la congregación maurista establecida en 1621.
Empero, la vida de esta comunidad que supo
de esplendores fue interrumpida, como en general la de todas las órdenes
religiosas de Francia, cuando los aires turbulentos de la Revolución
estremecieron suelo y gentes de la nación gala: durante 43 años Solesmes estuvo
vacío, sin monjes, sometido a los embates del tiempo. El estado de situación
llevó a que el dueño de las tierras donde durante siglos día tras día se
repetían las alabanzas a Dios, estuviera a punto de demoler lo que quedaba de
aquellas construcciones venidas del románico. La iniciativa de recuperar tales
ruinas le correspondió a Dom Prosper Guéranger (1805-1875), un joven sacerdote
originario de la cercana ciudad de Sablé. Dom Guéranger no duda en alquilar la
finca, y al frente de un pequeño grupo de religiosos inicia las obras
necesarias para que el Opus Dei vuelva a resonar -en latín y
naturalmente, en gregoriano- a lo largo de la nave de la iglesia abacial,
llenando el espacio de sus altas bóvedas.
DOM GUÉRANGER
Dom Prosper Guéranger, fue en verdad no solo
el I Abad de Solesmes, o el restaurador de la vida en ese cenobio, sino además
el artífice de la recuperación de la orden benedictina francesa, y de la
liturgia romana contenida como en el ánfora mas acabada en esas milenarias
melodías gregorianas, luego definidas por San Pío X como modelo supremo de la
música religiosa católica.
La recuperación de la vida monástica en
“Saint-Pierre” de Solesmes constituyó la base material para que este canto
tradicional de la Iglesia romana, como así lo entiende el Vaticano II, resonara
solemne en el monasterio francés, como en toda la cristiandad. Dom Guéranger
comprendió que el gregoriano recibido en los libros de canto entonces en uso no
podía ser, en tanto primordial vehículo del acto litúrgico, esa “pesada y aburrida
sucesión de notas cuadradas que no sugieren un sentimiento ni pueden decir nada
al alma”, en sus propias palabras. Estaba en su intuición que el gregoriano,
para hacerse oración cantada, debía ser ante todo oración, lectura inteligente
de la Palabra para que luego sea palabra propia.
La imponente fachada de finales de 1896, obra de dom Mellet.
La búsqueda de las fuentes históricas
necesarias -los manuscritos dispersos por toda la Europa latina- para
restablecer lo que la moda y el tiempo había estragado, relaciona sucesivamente
a estudiosos conspicuos, hasta nuestro días. Dom Paul Jausions (1834-1870),
comienza los trabajos de restauración de las melodías, encomendado por el
propio Dom Guéranger; Dom Joseph Pothier (1835-1923), es el autor de Mélodies grégoriennes,
primer tratado sobre la base de las investigaciones de los antiguos manuscritos
aparecido en 1880; Dom André Mocquereau (1849-1930), es el fundador del Atelier
de paléographie musicale en 1889, en donde se atesora una importante
colección de documentos; Dom Eugène Cardine (1905-1988) inaugura la semiología
musical, la ciencia no tanto de la melodía como del ritmo y la expresión
implícitos en los signos fijados por los notadores medioevales.
Hoy
el porte de la abadía solesmense es inconfundible. Su imponente aspecto que
recuerda a Mont Saint-Michel o el Palacio de los papas de Avignon, dejándose
reflejar majestuoso sobre el Sarthe, está tan relacionado con el canto
gregoriano, que para muchos casi constituye
como su equivalente visual. Centro pues de la restauración de este
repertorio musical, enclave único de estudiosos, historiadores, liturgistas,
musicólogos, buscadores de Dios que se expresan a través de la alabanza cantada
de la manera más exquisita, Solesmes es como una ventana al cielo, desde donde
los ecos de la liturgia de la Jerusalén celeste, cuando el tiempo lo favorece,
casi se pueden llegar a hacer perceptibles.