A la entrada de uno de los jardines de la
abadía de Solesmes, en un entorno de flores y de verdor, crecidos a orillas del
Sarthe, un monje de piedra invita al visitante al silencio. Para el hombre de
fe, sin este silencio no habría dialogo con el Creador ni luego, tampoco canto
litúrgico. Y no tanto en relación con aquella reflexión de Boecio: “quien llega
al fondo de sí mismo sabe lo que es la música,” como a la música del silencio;
es el Audi Israel, la Šemá de la piedad judía, la lectura que
resuena en el oficio de Completas de los sábados.
Sin embargo, este silencio del que emerge
el gregoriano, no es privativo de los religiosos o religiosas. Desde Crodegango,
este canto se relaciona al clero secular y a los técnicos de la schola cantorum, y hoy su
universalidad trasciende claustros, doctrinas, confesiones y felizmente también
las edades, aunque el conocimiento masivo no deje de asociarlo a los monjes,
los principales artífices de su restauración, o aún a tiempos más antiguos.
Los fieles en oración, un momento de silencio...o de escucha atenta del introito
antes de iniciar la misa (Saint- Michel Abbey, Farnborough)
Fruto de ello, para referirnos a aquel
emblemático monasterio francés, fueron las cinco conferencias que en agosto de
1976 ofreció dom Jacques Hourlier (+1984) a un grupo de jóvenes enamorados del
canto gregoriano. El rico contenido de las mismas emanado de un saber vivo,
engarzado en la experiencia de oración de toda una vida, fue recogido en el
libro Entretiens sur la spiritualité du chant grégorien (Solesmes,
1985). Allí, enseñanza, oración y vida,
son presentadas como características con-naturales al gregoriano, (1) acaso
relacionadas con las enunciadas por Pío
X: bondad de formas, santidad, pobreza.
UN CAMINO ESPIRITUAL
En su libro, dom Hourlier afirma que el
gregoriano “expresa una lectura de la Escritura y los Padres hecha por la
tradición de la Iglesia”, constituyéndose así en “un lugar teológico que
proporciona al texto cantado una significación propia”. Esta cualidad suscita
la segunda característica, esta necesidad del hombre o la mujer de fe de cantar
la Palabra, devolviéndola, por así decirlo, hecha música. ¿Y no hace este
carácter cíclico de la liturgia cristiana, desde el Adviento a la Pascua, su
trabajo de renovación de la vida misma de quien lo practica con la adecuada disposición? (2)
Si concebimos la estética musical como la
ciencia de lo bello aplicado al arte de los sonidos, si el canto dicho gregoriano
es un arte vocal, y queremos
aproximarnos a la estética gregoriana, debiéramos pues analizar la clase de
belleza de esta música vocal, una clase de música de la belleza por definición,
reconocido el Ser superior como el bien y la belleza supremos.
Y si la música, como el arte todo, abreva
en la naturaleza, y ésta se expresa en el silencio en tanto devenir armonioso y
constante de la vida y de las cosas, concluimos que el silencio es el
instrumento específico de este canto religioso, camino espiritual para
expresarse en un tono de despojamiento ante la Belleza inmarcesible. Llamado
del silencio más que saludable en el tránsito cotidiano por estos paisajes
sonoros, hoy domeñados por la polución.
Enrique Merello-Guilleminot
(1) Op. cit.,
pp. 8-16.
(2) Inclusive, se ha llegado a afirmar sin ambages que “el gregoriano no sana, sino que salva.” (cf.
TOMATIS, Alfred: Pourquoi Mozart?, p.
122, Ed. Fixot, 1991)