¡Cantad al Señor un cántico nuevo! (Sal. 149,1) dice el salmista lleno de entusiasmo al final del salterio. Es el llamado del Señor, exhortación y a la vez casi un mandamiento a la alegría, a la alabanza y hasta al arte sacro, que es el arte verdadero, pues recreando la belleza se está más cerca de la Belleza misma.
Hace 22 años vivía en una parroquia encomendada a sacerdotes palotinos, en Montevideo, Capital del Uruguay. Acababa de terminar mis primeros estudios de canto gregoriano con Eugenio Garateguy, exalumno de la prestigiosa Escuela de Música Sacra de Ratisbona. Mi proyecto era organizar una coral para que el Prof. Garateguy hiciera revivir bajo las bóvedas de la iglesia parroquial el canto gregoriano, y yo mismo pudiera integrarme a esa coral. Cabe consignar que en esa época no había en Montevideo ninguna parroquia donde se pudiese cantar las misas valiéndose de este repertorio sagrado.
El proyecto finalmente prosperó y pronto el Coro “San Gregorio Magno” comenzó a realizar su servicio litúrgico, cuando una tarde, tras un ensayo, un joven que lo escuchaba con atención se aproxima a mí y me efectuó una pregunta sorprendente: “¿es ud. lefebvrista? Es una anécdota que pinta con trazo certero la idea aún anclada en el sentir de muchos del “espíritu gregoriano” en medio de esta llamada postmodernidad. Para ellos, este repertorio musical venido de los siglos es un género musical que es necesario, si no suprimir, guardar piadosamente en un cajón como quien guarda una reliquia o las joyas de la abuela.
¿Cómo hacer para cambiar este prejuicio? ¿Cómo hacer para que este canto antiguo se transforme hoy en el “cántico nuevo” del salmista? Ciertamente se trata un canto recibido, un canto tradicional (tradición viene justamente del latín tradere: aquello que se recibe), pero no por ello debiera mirársele con recelo; antes bien es parte inapreciable de nuestro patrimonio de fe, tal como reconocía el Vaticano II. Pues además, bien que sea datado en una época pretérita -unos 1200 años para atrás- se trata de un repertorio engarzado en la liturgia romana, en la actual liturgia romana, lo que el Papa no ha dejado recientemente recordarnos una y otra vez.
Un clásico latino se lamentaba que a menudo la opinión tiene más fuerza que la verdad. Precisamente, ese es el problema: imponer la verdad que “no cura, sino que salva” como decía el Dr. Alfred Tomatis en relación al gregoriano, para que éste sea un canto que lejos de evocarnos un pasado más o menos idílico, sea un lenguaje del presente, útil ahora, en esta época compleja, cada vez más necesitada de la simplicidad y de la belleza de la fe, para mejor comprender el misterio de Dios y de su Iglesia.
LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD EN LA DIVERSIDAD
Instrumentos tradicionales
durante una misa en Port-Gentil, Gabón (foto: EMG)
La música sacra está fuertemente ligada al momento histórico y a la cultura de cada pueblo. En Montevideo, en París o en muchas otras ciudades del planeta, se puede participar de misas cantadas con gregoriano, algunas acompañadas por el órgano y también por guitarras, lo que suele ser la norma. Así, el movimiento de “rock católico” reúne en torno al altar a jóvenes con guitarras eléctricas, bajo y batería. Es el caso de Hallel – sonido y vida de Brasil, que convoca a millares de jóvenes, desde hace ya 20 años. En el Gabón, en ocasión de una misión docente cumplida en nombre del Coro Gregoriano de Paris, me encontré con comunidades numerosas que cantaban gozosamente a Dios valiéndose de teclados eléctricos y de djembés –el tambor africano. Sin ninguna clase de conflicto, estas comunidades mezclaban melodías cantadas en francés con otras en latín, o hasta en myené o en fang –sus lenguas vernáculas. La música llena de colorido de nuestros pueblos latinoamericanos constituye otra forma de alabar al Señor magnífica, espontánea, vibrante. No más escuchar la Misa Criolla de Ariel Ramírez, respetuosa de la forma tradicional latina con su kyrie, gloria, credo, sanctus, agnus Dei… Sí: desde siempre la Iglesia ha animado a practicar la música popular y folklórica porque éstas están fuertemente asentadas en la tradición de los pueblos. Es también el espíritu del Vaticano II (1). Nadie por tanto debiera asumir el papel de Carlomagno, queriendo imponer un repertorio sobre otro. Lo que se debe evitar es introducir en la liturgia “géneros musicales que no son respetuosos del sentido de la liturgia.”(2)Puede ser que la juventud tenga necesidad de echar mano a esa clase de manifestaciones musicales, más próximas al ritmo que a la melodía, lo que se explica por su edad y por la fuerte presión de la sociedad de consumo.
Al ritmo de la música pop, tienen las celebraciones
Durante el Congreso de Música Sacra celebrado en Roma en 1985, el abad del Monasterio benedictino de Solesmes manifestaba: “hay una música que ayuda a la oración y a la elevación del alma hacia Dios y hay otra que la impide; una música espiritual y otra sensual”. Si el mundo se percibe por los sentidos, es evidente también que el límite entre el universo sensible y la sensualidad es tan preciso como el que separa la luz de la sombra. Razón por la que creemos que la desatención a un patrimonio de arte como el gregoriano -cuando se busca cantarle a Dios, en el plano de la transmisión del Evangelio y de la paz que allí se encuentra- supone un error. ¿Qué música de hoy tiene el poder de transformar los corazones, como fue el caso de Alfred de Musset, quien reconocía que fue la música la que le hizo creer en Dios, por no mencionar a Paul Claudel y a tantos otros? Ante todo, habría que pensar más en este aspecto a la hora de actuar.
“¿Es ud. lefevbrista?” –la pregunta no me ha abandonado. La misa latina de Pablo VI o la misa tridentina llamada de S. Pío V restituida al uso, “forma extraordinaria de la liturgia de la Iglesia”(3) no importa cuál, portan en sí mismad el canto gregoriano, o mejor aún: es el gregoriano tal como una ánfora preciosa que lleva las palabras sagradas… de la manera más apropiada a la liturgia, cosa ya reconocida por S. Pío X a principios del siglo pasado. Una sustitución sistemática, hacer de la norma la excepción, impide el conocimiento y el gusto de este repertorio a los más jóvenes en un momento de la historia que necesita a gritos presentar la verdad y no una opinión sobre la verdad, la profundidad de la Iglesia para encontrar allí a Dios en su lenguaje musical más específico, y no una Iglesia que se expresa por medio de una liturgia desprovista, porque la música de la que se sirve no fue lo suficientemente puesta en valor, o considerada como un mero elemento decorativo.
El Choeur Grégorien de Paris durante un oficio en la Abadía de Fontfroide (foto: EMG)
Entonces, así como el Evangelio permanece siempre una buena noticia, se podrá constatar que el gregoriano, de manera casi minimalista, casi en el espíritu de un ayuno sonoro, dice con certeza la novedad del Evangelio. Una forma de cántico nuevo pese a su edad bien diferente a otras formas musicales utilizadas en el presente, que no precisa otra cosa que la sola voz para elevar su amor hacia Dios. Y “¿qué tiene el cántico nuevo si no el amor nuevo? se preguntaba S. Agustín, también tocado por la música cuando abrazó la fe. Y agregaba: “Cantar es lo propio de quien ama”.
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
(1) Ver Sacrosanctum concilium nn. 118-119.