Ante todo, podría resultar paradójico hablar de etnomusicología cuando el
género musical al cual vamos a referirnos –el canto gregoriano- pertenece a un
espacio histórico tan lejano al universo y al tiempo latinoamericano. La
progresiva endoculturación de todo cuanto constituye una cultura europea
moderna y barroca con su ciencia, su arte, su sistema de creencias –la fe
cristiana- en la cosmogonía y cultura de
guaraníes y guaranizados se dio sin violencia, por yuxtaposición diría, antes que por
sustitución.
Este sistema de relaciones inhibe el aparente carácter forzado o extraño del vínculo entre el latín del gregoriano y el guaraní. No obstante ello, es curioso que el latín y el guaraní compartan en lo etimológico un origen común –la primera, lengua indo-europea y la otra lengua indo-americana, o que la primera era la lengua de intercambio o vehicular en el espacio meditarráneo, y la otra lo fue en un importante región subcontinental. Es necesario recordar que hace 400 años una y otra convivían en la Provincia Jesuítica del Paraguay. En efecto, los habitantes de los 30 pueblos hablaban entre sí y con los pa’is de la Compañía de Jesús en la dulce lengua guaraní, en tanto rezaban y le cantaban a Dios en la lengua de Cicerón.
Este sistema de relaciones inhibe el aparente carácter forzado o extraño del vínculo entre el latín del gregoriano y el guaraní. No obstante ello, es curioso que el latín y el guaraní compartan en lo etimológico un origen común –la primera, lengua indo-europea y la otra lengua indo-americana, o que la primera era la lengua de intercambio o vehicular en el espacio meditarráneo, y la otra lo fue en un importante región subcontinental. Es necesario recordar que hace 400 años una y otra convivían en la Provincia Jesuítica del Paraguay. En efecto, los habitantes de los 30 pueblos hablaban entre sí y con los pa’is de la Compañía de Jesús en la dulce lengua guaraní, en tanto rezaban y le cantaban a Dios en la lengua de Cicerón.
Es decir que en esa encrucijada de caminos, los que querían
conducir al mítico Eldorado, y a la Tierra Sin Mal de los guaraníes, en ese
conjunto de ciudades utópicas que dejaron de serlo pues ocuparon un lugar en el
tiempo, como reflexionaba Roa Bastos, se cantó junto con la polifonía de su
tiempo, el canto gregoriano. Eran enormes dispositivos vocales e instrumentales
al servicio de la obra evangelizadora/civilizadora de los misioneros que
sonaban en el lenguaje de su tiempo, pero que no le quitaban lugar preferencial
al canto gregoriano, repertorio éste que pese a haber sido cuidadosamente restaurado
a finales del s. XIX por los monjes benedictinos de Solesmes, hoy por las
inclemencias del tiempo, digamos, poco menos que también pasa a la categoría de
una música utópica.
Conviene recordar ante todo que en el
panorama musical europeo durante el Renacimiento e inmediatamente posterior al
mismo, normalmente se tuvo a menos ese repertorio vocal hoy tan justamente
valorizado como idóneo portador del texto bíblico, como “Biblia cantada” o
“palabra cantada” decir del benedictino francés Eugène Cardine. Claro que el término “gregoriano” no
era el de uso en la época que comprende -en lo que concierne a este trabajo-,
los años que van de 1609 a 1768; la expresión que lo designaba era "canto llano", vocablo peyorativo que lo confrontaba
al carácter figurado de la polifonía reinante, el llamado “canto de órgano”, y
el esplendor del barroco musical. Así, como “canto llano” llegó a América, y se
hizo oír al son de las campanas que llamaban a los oficios religiosos en las
iglesias misioneras y entre el fragante incienso de procesiones
multitudinarias.
Cuando se estudia la música que se
desarrolló en las misiones jesuíticas del Paraguay, encontrar referencias a la
música polifónica e instrumental que allí se practicaba con maestría, es cosa
sencilla. Allí tuvo lugar el barroco
misional (1) así llamado, producto sorprendente de la inculturación de
los usos e instrumentos europeos de la época en la profusa selva
latinoamericana. Recientemente la investigación ha focalizado con detalle este
tema, particularmente en los últimos años, tras lo que se consideró como el “descubrimiento
musical del siglo”, esto es: el hallazgo de más de 5.500 páginas de música
copiada y en parte compuesta por los indios chiquitos de las reducciones
jesuíticas de Bolivia, a lo que habría que agregarle algunos
vestigios musicales procedentes de las reducciones de guaraníes, luego
trasladados hacia suelo boliviano, como ya veremos. Sin embargo, las
referencias historiográficas al “canto llano” en el enclave misionero que
Voltaire denominaba la “República Jesuítica del Paraguay”, resultan
tangenciales, seguramente por aquella
visión subvaluada de este repertorio, lo que en nada niega su conocimiento y
ejecución, que tenía lugar de manera virtuosa como la totalidad de la música
consagrada al culto católico a lo largo de esos casi ciento sesenta años de historia
misionera. El gregoriano estaba allí, junto al misal o la cruz, parte del rito
como el “Dominum vobiscum” del sacerdote.
Consideremos que para el jesuita tirolés Anton Sepp, uno de
los más destacados misioneros músicos que actuó en el periodo estudiado, no
existía “nada mejor que la nueva música”
(SEPP, 1696, p. 203), lo que explica la lateralidad del
repertorio gregoriano frente la fuerza avasallante de los estilos musicales en
boga. Y la verdad que pese a que las últimas investigaciones semiológicas y paleográficas han
revelado todo el esplendor de ese género vocal enfatizado por el concilio
Vaticano II como “el canto propio de la liturgia romana” (Constitución
Sacrosanctum Concilium, 116, 4 de diciembre de 1963), y esto en ediciones que lo presentan con un grado de fidelidad a las
fuentes más antiguas realmente pavoroso, (2) una visión excesivamente “académica” de la música desestimaba
y casi condenaba al olvido al gregoriano de los guaraníes, acaso como si nunca
lo hubieran tenido en sus labios.
UN
“ESTADO MUSICAL”
En ese enclave tan largamente referido y ponderado por sus
logros civilizatorios, en el plano político, de organización interna, en el
plano económico o cultural, donde eran privilegiadas las ciencias, las artes,
la arquitectura, la escultura, la pintura, la danza y la música, en ese “proyecto anticolonial en la colonia” al decir
de Bartomeu Meliá (citado por PETTY, s.d.), la documentación -y comentarios
sobre la misma- acerca del rol que el arte de los sonidos y particularmente el
canto han jugado en las Misiones jesuíticas del Paraguay, es muy vasta. Aunque
no es esto un dato aislado en el panorama hispanoamericano inmediatamente
posterior al Descubrimiento: la capacidad musical e interés por este arte de
los nativos del Nuevo Mundo es un hecho. Expresa Guillermo Furlong: “Gracias a
la singularísima aptitud de los indígenas para la música, ésta tuvo en América,
desde California hasta Tierra del Fuego, una aceptación tan brillante como clamorosa, y
una vez asentadas las primeras poblaciones, fue la música uno de los elementos
que más contribuyeron a su consolidación”. Y
agrega que “en las
treinta reducciones de guaraníes, la música, así como la vida espiritual, lo
fue todo” (FURLONG, 1969, p. 167).
Claro que no solo el gregoriano –o lo que quedaba de él- y
la polifonía, eran moneda corriente en los ambientes musicales europeos de los
tiempos en que los jesuitas ingresaban a tierras guaraníes. El creciente
perfeccionamiento de los instrumentos musicales en el s. XVI, dio lugar
asimismo al surgimiento, concomitantemente, de formas musicales e
instrumentales nuevas, a la ópera y al ballet.
De izq. a der., y de
arriba a abajo: Tromba marina y contrabajo (foto de Plattner);
Arpa de la Iglesia
chiquitana de Santa Ana; Trompeta; Órgano de la iglesia de Santa Ana; Violín
(tomadas de SZARÁN y RUIZ NESTOSA, 1999, N.R).
(tomadas de SZARÁN y RUIZ NESTOSA, 1999, N.R).
Entonces, un canto gregoriano “corregido” o “arreglado”
según el espíritu tridentino de la Contrarreforma, el de la llamada “Edición Medicea”, (3) una polifonía normalizada y un barroco
en su máximo esplendor, estuvieron a la orden del “sacro experimento”
jesuítico, a la hora de echar mano a la música como instrumento evangelizador
privilegiado, como antes lo hicieron en
el lugar los franciscanos, quienes habían comprendido el efecto que producía la
música en los guaraníes. En efecto, para los pobladores de los treinta pueblos, la
música constituía el eje en el que pivoteaba la jornada. Tanto es así, que ese
“Estado” selvático jesuítico-guaraní basado en la música constituía para René
Fulop-Miller un verdadero Musik-Staat, (FÜLÖP-MILLER, p.325 y ss.), expresión que luego utilizó el investigador
jesuita Clement Mc Naspy. (4) Es que la vida del indio se desarrollaba al
ritmo de la música desde el alba hasta el crepúsculo, en medio de una verdadera
liturgia cotidiana animada en cada reducción por un grupo de entre treinta a
cuarenta músicos, entre coristas e instrumentistas de cuerda y de viento, incluyéndose
también en esto las danzas y el teatro musical u ópera, (5) megaespectáculos
que tenían lugar solo en los días de fiesta: Corpus
Christi, Navidad, fiesta del Santo Patrón del pueblo o la visita
del obispo o del gobernador.
Podríamos preguntarnos: está bien, los indios misioneros
cantaban y tocaban de manera cotidiana, pero ¿cómo lo hacían? La verdad es que resulta
evidente que en la “República Jesuítica” se llegaron a conformar los mejores
coros y orquestas de su tiempo. En primer lugar, las fuentes subrayan la
natural disposición de los guaraníes hacia el arte musical. Por ejemplo, Pierre-François
Charlevoix afirmaba que los indios “tienen un oído fino y una singular afición
a la armonía”, agregando que “se podría decir que cantan como por instinto,
como los pájaros” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, pp. 48 y 74). También José Manuel
Peramás evocaba los pájaros, cuando expresaba que los guaraníes “podrían ser
comparados a las aves, a las cuales la naturaleza inspira sus melodías” (PERAMÁS, 1793, p. 49).
Sobre el nivel técnico que alcanzaron, los comentarios son
unánimes. Anota Francisco Xarque: “Oí algunas de estas músicas y quedé admirado de la
puntualidad con que se ajustaban a todas las reglas del arte, en que juzgo que
se igualaban a cualquiera de las primeras Catedrales de España”. (6) Sobre esto se expresaba también Mathias Ströbrel quien sostenía que los indios
“guardan el compás y el ritmo aún
con mayor exactitud que los europeos, y pronuncian los textos latinos con mayor
corrección, no obstante su falta de estudios”, agregando que “estas artes no las deben los paraguayos a
ningún español, ni indígena, sino a los jesuitas alemanes, italianos y
holandeses, en especial al reverendo padre Antonio Sepp, de la provincia de
Alemania Superior; él fue el primero que introdujo las arpas, trompetas,
trombones, zampoñas, clarines y el órgano, conquistando con eso un renombre
imperecedero”.(7)
De su llegada a Yapeyú remontando el río Uruguay, mientras
ejecutaba junto a sus compañeros los diversos instrumentos que traían a bordo,
el propio Sepp refiere que los indios, al oírlos, “atraídos por la música,
acudían a la ribera y escuchaban complacidos aquellas armonías” (BENITEZ, BOCCIA, RUBIANI et al., 2000, p. 1679). En realidad, la acción de Sepp ha sido indudablemente de las
más relevantes en la vida musical misionera, aunque fueron numerosos los
sacerdotes músicos que tuvieron una presencia destacada en las Misiones
jesuíticas, tanto del Paraguay, Chiquitos y Moxos, entre los cuales Domenico
Zipoli, sin duda el músico mejor dotado llegado a tierras americanas durante
los años en que duró la acción misionera.
EL GREGORIANO EN PARAQUARIA
Es un hecho que la enseñanza del gregoriano era impartida
sistemáticamente en cada reducción, lo que llevó a que esta música fuese del
conocimiento del guaraní desde su edad más temprana. Anota Charlevoix que “un
gusto tan decidido [por la música] supone o indica grandes disposiciones, y es
por eso que se ha decidido establecer en cada pueblo una escuela de canto llano
y de música.” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, p.74). Por
eso no sorprende que el obispo benedictino don Cristóbal de Aresti llegado a
territorio misionero en 1631 observara que “Todos los días [los padres] los ocupan en
instruirlos en los misterios de nuestra santa fe, doctrina cristiana y todo
género de virtud, […] enseñar [a] los niños a leer y a escribir, y todo género
de música de canto llano, órgano, chirimías y violines, con que se sirven los
templos con mucha devoción, autoridad y reverencia” (O’NEILL y DOMINGUEZ, 2001, p. 3035).
Charlevoix también ofrece la evocadora pintura de una procesión donde no falta
el gregoriano: “Nada hay comparable a la
procesión del Santísimo Sacramento [...]. Se ven allí muy hermosas danzas, y
muchas de ellas de más mérito que las de la provincia de Quito; [...] los
danzantes llevan trajes muy pulcros y [...] la pompa iguala a la de las mayores
ciudades; pero viéndose aquí más decencia y devoción [...]. Se ven revolotear
aves de todos colores [...] como si de sí propias hubiesen venido a mezclar sus
gorjeos con el canto de los músicos y de todo el pueblo [...]. El gorjeo de los
pájaros, el rugido de los leones, el bramido de los tigres, la voz de los
músicos y el canto llano del coro, todo se deja oír sin confusión y forma un
concierto único” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, pp.76-77).
Las misas solemnizadas por el coro y
la orquesta, alternaban el gregoriano y la polifonía. Más precisamente: las
piezas del Propio de la misa se debieron cantar con gregoriano, y el Ordinario
valiéndose de composiciones polifónicas nuevas, eran acompañadas por un vasto
dispositivo instrumental, como ya dijimos. Ese ars
celebrandi aplicado a las celebraciones
eucarísticas de los guaraníes llenaba de admiración a los visitantes de
ultramar, e incluso a los que llegaban de tierras cercanas. En cuanto a la
oficiatura y más específicamente la celebración de Vísperas, siguiendo el uso
de la época, solían cantarse en forma polifónica los salmos, el himno y el Magnificat, reservándose en general las partes restantes –antífonas,
versos, respuestas, el Pater noster- al canto gregoriano.
De manera que no quedan dudas de la práctica de este repertorio
en las rojizas tierras del Paraguay, y de su cotidianeidad. Claro que la
parafernalia multimediática de las otras artes de la que se valían los
misioneros, cautivó de una manera decisiva –para la acción
evangelizadora/civilizadora- el corazón de los amerindios, y que como ya hemos dicho, estaba esto mismo en la
preferencia estética del europeo contemporáneo. Sin embargo, el
rápido acceso al gregoriano desde la infancia –habida cuenta de su condición
monódica- logró que su enseñanza fuera sólidamente cimentada en los treinta
pueblos. Y a tal punto, que muchos años después de la decadencia de la
experiencia misionera, ese gregoriano adquirido era parte de la enorme herencia
de los jesuitas en el Nuevo Mundo, y siguió el derrotero del pueblo que le dio
vida con sus labios, en un éxodo que fue ganando el sur en el decurso de los
años siguientes.
Un testimonio de esto lo proporcionan las crónicas de viaje de Gisueppe Sallusti publicadas en Roma en 1827. Éste integraba la llamada Misión Muzi, que trajo a Montevideo, Buenos Aires y luego a Chile al Arzobispo Giovanni Muzi, y a su asistente el canónigo Giovanni María Mastai-Ferretti (veintidós años después elevado al papado con el nombre de Pío IX). Allí nos dice: “Mientras permanecimos en Montevideo, el señor don Pedro Juan Antonio Sala, […] invitado […] a cantar misa en sufragio de una persona principal, que había muerto en aquellos días, quedó muy edificado de la religión y verdadera piedad de aquellos buenos indios, los cuales se reunieron en gran número en su capilla con mucha devoción. Después, una parte de ellos, con su libro en la mano, cantó el oficio de difuntos con mucha pausa y apropiado tono. Se cantó después la misa, y los mismos indios, en uno de los libros corales dejados por los Padres Jesuitas, acompañaron al sacerdote con el canto gregoriano, muy bien entonado, como si estuviesen todavía bajo el régimen de aquellos buenos Directores de la Compañía que los había instruido” (SALLUSTI, 1827, t. IV, p. 152). De manera que cincuenta y siete años después del extrañamiento jesuítico, los guaraníes continuaban cantando el gregoriano y de muy buena forma, según la valoración del cronista.
Un testimonio de esto lo proporcionan las crónicas de viaje de Gisueppe Sallusti publicadas en Roma en 1827. Éste integraba la llamada Misión Muzi, que trajo a Montevideo, Buenos Aires y luego a Chile al Arzobispo Giovanni Muzi, y a su asistente el canónigo Giovanni María Mastai-Ferretti (veintidós años después elevado al papado con el nombre de Pío IX). Allí nos dice: “Mientras permanecimos en Montevideo, el señor don Pedro Juan Antonio Sala, […] invitado […] a cantar misa en sufragio de una persona principal, que había muerto en aquellos días, quedó muy edificado de la religión y verdadera piedad de aquellos buenos indios, los cuales se reunieron en gran número en su capilla con mucha devoción. Después, una parte de ellos, con su libro en la mano, cantó el oficio de difuntos con mucha pausa y apropiado tono. Se cantó después la misa, y los mismos indios, en uno de los libros corales dejados por los Padres Jesuitas, acompañaron al sacerdote con el canto gregoriano, muy bien entonado, como si estuviesen todavía bajo el régimen de aquellos buenos Directores de la Compañía que los había instruido” (SALLUSTI, 1827, t. IV, p. 152). De manera que cincuenta y siete años después del extrañamiento jesuítico, los guaraníes continuaban cantando el gregoriano y de muy buena forma, según la valoración del cronista.
El musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán al analizar la música
religiosa de su país, observa que “Después de la restauración
solesmense, sabemos muy bien que el canto llano que se conoció y practicó desde
el 1400 en adelante, era una suerte de caricatura casi del severo y profundo
arte de la Alta Edad Media. Y ese gregoriano, deturpado por las versiones
equivocadas de los siglos XVI, XVII y XVIII, fue justamente el que llegó a
América durante la conquista y el coloniaje. Además, ya no era popular en su
espontaneidad […] y sabemos que sólo en aquellos parajes en que la penetración
misionera fue muy intensa, se practicó con profusión” (AYESTARAN, 1953, p. 116). Confirman estas palabras el documento que acabamos de
mencionar, en lo concerniente a los amerindios que entonces habitaban la zona
central de la actual República Oriental del Uruguay, y concomitantemente a los
pueblos del norte de donde estos provenían. Cabe preguntarse ahora dónde están
esos “libros corales dejados por los Padres Jesuitas”.
LOS SCRIPTORIA GUARANITICOS
Y si de libros manuscritos se trata, hay que tener en cuenta
que la existencia en el ámbito misionero
de escritorios de copiado de música con producciones de alta calidad, es un
hecho fuertemente documentado, lo cual se debe aplicar asimismo al repertorio
gregoriano. Se trata de una actividad que en otros puntos del continente
latinoamericano y en el mismo período colonial, tenía destacados cultores,
produciendo copias importantes, tal como se
realizaban para los grandes centros catedralicios latinoamericanos, ocupando
manos españolas, criollas o de los propios indígenas, y las de estos últimos
con tanta o mayor habilidad que los primeros, de lo cual ilustran sobradamente
la historiografía como los propios testimonios manuscritos conservados, y se
encuentran tanto en México, Colombia, Guatemala, Uruguay como también en
la Argentina. Es el caso de los treinta y dos
libros corales en pergamino conservados en la Catedral de Bogotá, escritos con
preciosa caligrafía por Francisco de Páramo, las colecciones de la Catedral de
Sucre (treinta y cuatro enormes libros algunos de hasta 20 kg), los archivos
del Convento Seráfico de Tarixa (diecisiete libros), e incluso la colección manuscrita relevada en Buenos
Aires entre 2007 y 2008 por Claudio Morla, Germán Rossi y colaboradores.
Ms. AR-BI 2035 fº3r (España, s. XVII?).
Museo de Arte
Español Enrique Larreta (tomada de Morla, 2010, p. 7).
En cuanto a Chiquitos y Moxos, hay miles de páginas en papel
copiadas por los indígenas tanto durante el período misionero como posterior al
mismo, ya que esas comunidades se mantuvieron vivas. Dice Bartomeu Meliá: “Cuando
[…] los jesuitas de Chiquitos al igual que los del Paraguay, miembros todos de
la Provincia en latín llamada Paracuaria, tuvieron que salir de sus queridas Reducciones, algunas
recientemente fundadas, no se fueron con la música a otra parte” (SZARAN y RUIZ
NESTOSA, p. 13). De hecho, seis de las iglesias se mantienen en pie,
restauradas por el arquitecto suizo Hans Roth, quien descubrió, además, varios
de estos documentos. La colección conocida como Archivo Musical de Chiquitos se conserva en Concepción y consta de más de 5.500 páginas, entre composiciones de
Zipoli, Corelli, Vivaldi, y otras muchas anónimas.
Por
su parte, el Archivo de San Ignacio de Moxos constituido más recientemente,
es asimismo de gran importancia y reúne unas 7.000 páginas, lo que hace un
total de 13.000 páginas de todo género,
copiadas por los indios Moxos y Chiquitos en las Misiones jesuíticas de
Bolivia.
Pero también se encontraron vestigios de la música guaranítica
en ese Archivo de Chiquitos. Fue el musicólogo y sacerdote polaco Piotr Nawrot
quien en 1999 descubrió un repertorio en lengua guaraní, el cual sin ser
significativo por su cantidad (unas 20 páginas) sí lo es por su valor musicológico,
por cuanto se trata indudablemente de piezas copiadas en alguno de los treinta
pueblos.
Fragmento del repertorio
guaranítico, Archivo Musical de Chiquitos
(tomada de NAWROT, 2000b, p.
V)
Luego, afirmar que “de las Misiones del Río de la Plata no sobrevivió una
sola hoja de música” (LANGE,
1991, p. 61), como
siempre se dijo, hoy resulta insostenible. Estas piezas descubiertas, junto a
los pétreos ángeles músicos del ábside de la iglesia de Trinidad, en la
actualidad constituyen fehacientemente el único vestigio material de la música
que tenía lugar en el sistema misionero del Paraguay.
¿Qué fue de los libros copiados que sostenían la praxis gregoriana
en las misiones de guaraníes? Ante todo,
cabe consignar que copiar música era una actividad estrictamente necesaria dada
la escasez de libros impresos. Dice Sepp: “De todos modos debemos copiar estos libros de
música para cada una de las reducciones, lo que aquí no presenta ninguna
dificultad” (SEPP, 1696, p. 205). También
Charlevoix se refería al tenor de esta actividad: “Copian manuscritos muy
exactamente, y se ve hoy en Madrid uno muy grande, de mano de indio, que haría
honor al mejor copista por la belleza del carácter, y por la exactitud” (CHARLEVOIX, 1757, t. 2, p. 50). Esta facilidad para reproducir en relación a la
música, se ha mantenido como una constante a lo largo de la historia de los
habitantes de Paraguay, lo cual quien escribe encontrándose en misión docente durante el periodo 2011-2012 en la diócesis de Ciudad
del Este (Departamento de Alto Paraná, en la zona septentrional del antiguo
territorio misionero (8)
pudo constatar empíricamente como cierta, en relación a los descendientes de
los antiguos pobladores del lugar.
En la búsqueda de
dar respuesta a la cuestión anteriormente planteada, se pudo localizar en los
Inventarios de los bienes hallados tras
la expulsión de los jesuitas de los Pueblos de Misiones, una referencia al uso de “cueros” (pergaminos) para el
copiado de música. En efecto, en el Inventario de los bienes efectuado
en 1772, es decir cuatro años después del extrañamiento, en el pueblo de Santo
Ángel de la Guarda, con el título “Sto. Ángel de la Guarda Año 1772 Nº2 - Copia
de los Autos de la visita obrados por Dn Juan Sánchez Franco, Juez Visitador de
la Prov. del Uruguay del Pueblo de Sto. Ángel (…)” documento localizable en el
Archivo General de la Nación Argentina, a fojas 66, en la sección “Aposento Catorce de los Músicos”, se consigna
que fueron encontrados entre diversos instrumentos musicales, objetos y
muebles, “varios Cueros en que tienen sus Cantos y Solfas anotadas.” (9)
Testimonio
de la práctica de copiado musical sobre pergaminos en el pueblo
de
Santo Ángel (fotografía del autor).
Y cabe preguntarse:
1º - Si
en el lapso comprendido entre la fecha de la expulsión y la del inventario, no
habrían otros pergaminos en esa reducción y/o en las otras;
2º - Si
el uso de este soporte de escritura no fue un recurso de “emergencia” ante la
falta (y costo) del papel, lo cual contradeciría la sobreabundante mención en
los mismos inventarios de “papeles de solfa”; y
3º - Si
el recurso al pergamino para el copiado de música no constituye sino un hecho
aislado y absolutamente excepcional en la vida reduccional guaranítica.
Descontado está que como material, el pergamino
históricamente es el soporte propio de la tradición manuscrita gregoriana desde
la consolidación de este repertorio vocal hasta incluso el s. XVIII, por lo
cual puede inferirse que estos “cantos y solfas” no son sino melodías
gregorianas, y que encontrarlos o hallar similares podría finalmente develar el
canto gregoriano perdido de la “República Jesuítica del Paraguay”. En este
sentido, la localización en suelo uruguayo de un exiguo conjunto de
manuscritos, acaso aproxima una respuesta.
Bueno es saber que la transmigración guaraní al Uruguay
actual durante el período jesuítico y hasta 1830 aproximadamente, fue de un
enorme impacto socio-cultural. También la
diáspora misionera afectó provincias norteñas argentinas, pero al momento no se
disponen de referencias bibliográficas que refieran a vestigios de la práctica
gregoriana reduccional vinculados a la misma.
MANUSCRITOS GREGORIANOS EN EL URUGUAY
En lo que respecta al Uruguay, una importante parte de su
territorio integraba el sistema misionero: esto es el área que comprende
mayoritariamente el norte del Río Negro en tanto parte de la estancia de
Yapeyú, pueblo distante a unos 100 km. de la
frontera norte del Uruguay actual;
o las tierras dedicadas al pastoreo de ganado conocidas como la
“Vaquería del Mar”. Además el vínculo del Uruguay con las misiones jesuíticas
del Paraguay es motivo de un riguroso estudio por parte de los especialistas (10) y se expresa por una enorme cantidad de vestigios materiales (11)
relevados entre 2006 y 2007 en el marco del PROPIM (Programa Rescate del Patrimonio
Indígena Misionero) desarrollado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación de la Universidad de la República
Oriental del Uruguay. La razón de este importante conjunto de objetos se
explica concretamente y en primer término por la constante presencia guaranítico-misionera en suelo uruguayo al menos desde la
fundación de la estancia de Yapeyú en 1669; silencioso proceso migratorio inicialmente inorgánico, que tuvo lugar
sea para atender los puestos de estancias y sus actividades conexas, o participar
de empresas bélicas u obras civiles.
En segundo término, se explica por el llamado Éxodo Misionero de 1820, que transmigró
desde la costa occidental del Uruguay a la entonces Provincia Oriental (12) más
de 7.000 indígenas, lo que constituye “realmente un acontecimiento demográfico
de alto impacto y potentes consecuencias a lo largo del tiempo”, en expresiones
del historiador uruguayo Oscar Padrón Favre (2008).
Y finalmente, otro aporte poblacional significativo tuvo lugar en ocasión
del Éxodo Misionero de 1828-1829, cuando bajo el mando del Gral. Fructuoso Rivera
ingresó al emergente Estado Oriental del Uruguay un contingente de entre 6.000
y 8.000 guaraníes provenientes de las Misiones Orientales, dando lugar a
asentamientos urbanos nuevos como Santa Rosa del Cuareim (actualmente ciudad de
Bella Unión) o San Francisco de Borja del Yi.
El Éxodo misionero sobre el territorio del Uruguay actual (mapa del
autor).
Por tanto, la
presencia en ese país de un conjunto interesante de documentos musicales en
pergamino acaso similares a los “cueros” con música hallados en la reducción de
Santo Ángel podría estar vinculada a los Éxodos Misioneros de 1820 y 1828-1829.
Estos documentos son:
-
Fragmentos de un Graduale, ms. Montevideo 1 (Mvd. 1), conservados en colecciones
privadas de Montevideo. Se trata de cuatro folios dispersos de gran formato en
notación cuadrada y escritura humanistica tipográfica, de los que se tomó
conocimiento en 1991.
Ms. Mvd 1, fº13r, OF Tui sunt
caeli
-
Fragmentos de un Antiphonale, ms. Montevideo 2 (Mvd. 2), conservados
en el Archivo de la Schola Cantorum de Montevideo, un bifolio también de gran
formato, en notación cuadrada y escritura en gótica rotunda, recuperado de un
anticuario montevideano en el 2001.
Ms. Mvd 2 fº77v, Ant. Tu
autem y Ant. Iesus autem.
-
Un Antiphonale ms. San Miguel (SM),
conservado en la Iglesia de San Miguel Garicoits de Montevideo, un libro de coro incompleto de 201 folios de
gran formato en notación cuadrada y texto en gótica rotunda que conserva su
encuadernación en tablas.
Ms. SM fº
102v, Resp. Locutus est Dominus ad
Moysen
-
Un Antiphonale-Graduale,
ms. Biblioteca Nacional del Uruguay (BNU), conservado en la misma, libro
también de gran formato, encuadernado en tablas forradas de piel, en regular
estado de conservación por numerosas mutilaciones y escisiones, en notación
musical cuadrada y texto en gótica rotunda.
Ms. BNU
fº42r, Ant. In illa die
Si se pudiera
confirmar que uno de ellos –aunque más no fuera-, fue producido en algún scriptorium del
área jesuítico-misionera, podría “llenarse” el vacío documental sobre el canto
gregoriano que se entonaba en los treinta pueblos, lo que los vincularía con
esos “libros corales
dejados por los Padres Jesuitas” de la crónica de Sallusti, en el caso que
éstos hayan sido libros manuscritos. (13)
CONCLUSIONES
Entonces:
1º - ¿Puede ser
sometida a duda que la práctica del
gregoriano en las reducciones del Paraguay fue constante y de gran calidad? La
falta de mayores elementos testimoniales de la misma, esto es la “pérdida” del
gregoriano guaranítico, es coincidente con el predominio del barroco misional y su estética
europea no exenta de las contribuciones locales, al son de instrumentos que los
propios indígenas construían y ejecutaban, más los suyos tradicionales, como ya
hemos visto.
2º - ¿Puede ser sometida
a duda que el canto gregoriano fue copiado en las misiones jesuíticas del
Paraguay por necesidad, ante la escasez de libros impresos, y/o acaso como
instrumento pedagógico? Las referencias al copiado de música son abundantes, de
lo cual perduran en suelo boliviano algunos ejemplos sobre soporte papel de un
repertorio guaranítico original. Por su parte, el testimonio irrefutable de la
práctica de copiado sobre soporte pergamináceo, no debiera vincularse a otro
repertorio que no sea el gregoriano, por las razones que ya consideramos.
3ª - El hallazgo
de inesperados manuscritos gregorianos en el Uruguay lleva a reflexionar acerca
del posible vinculo de los mismos con el pueblo guaraní llegado a ese país de
manera numerosa: los antecedentes históricos, la historia de vida de estos
documentos y sus particularidades paleográficas podrían avalar esta hipótesis,
antes de someterlos a una crítica externa valiéndose del concurso de tecnología
específica, como ser el análisis químico u óptico de las tintas empleadas, lo
que sabemos resulta costoso y complejo.
Confirmar
mediante recursos tecnológicos el origen misionero de algunos de ellos sería
poner en los oídos del hombre de la post-modernidad, parte de esos ecos
lejanos, esto es, cuando las etnias guaraníes y guaranizadas elevaban a Tupã
Ñandejára las delicadas melodías
gregorianas. Pero también haría patente la tan ponderada calidad de los scriptoria
existentes en la “República Jesuítica del Paraguay”,
corroborándose en fin, la universalidad histórica de este repertorio vocal copiado
y cantado desde una punta a otra del
continente en tanto expresión viva y litúrgica de la fe cristiana que celebra y
embellece. Y aunque ninguno de estos documentos presente, como es comprensible,
más que un gregoriano tardío, todos ellos contribuyen para que el mapa
paleográfico gregoriano, allende el viejo Mare Nostrum de los romanos, sea un mapa universal.
Enrique Merello-Guilleminot
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(1)También
barroco latinoamericano o barroco hispano-guaraní (PLÁ, 2006).
(2) En 2011 vio la luz el Graduale Novum Editio Magis
Critica Iuxta SC 117: Tomus I: De Dominicis et Festis (Ed. ConBrio/Libreria Editrice Vaticana, 2011), un volumen desde hace mucho
tiempo esperado en los círculos especializados que presenta las melodías
gregorianas revisadas a partir de las investigaciones más recientes sobre esta
materia. Aparte de ello, y siguiendo la modalidad del Graduale Triplex (Solesmes, 1979) que había anticipado el Graduale neumé (Solesmes, 1966) de Cardine, agrega a la escritura cuadrática de uso, la
notación rítmica de los scriptoria sangallenses y laoenense.
(3) La edición
patrocinada por el Cardenal de Medicis y publicada entre 1615 y 1616 conocida como Editio Medicaea presenta una versión “arreglada” según el entender de la
época del repertorio gregoriano. La misma dio lugar luego un sinnúmero de otras
ediciones en uso hasta entrado el pasado siglo.
(5) Tres óperas se conservan de los tiempos de la
obra jesuítica en la región, parte del repertorio musical de Chiquitos: San
Ignacio, con libreto en castellano, San Francisco Xavier, en lengua chiquitana, y fragmentos de El Justo
y el Pastor, también en lengua chiquitana.
(6) XARQUE,
F., Insignes
Misioneros de la compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay, Juan
Micón, Pamplona, 1687 (citado por FURLONG, 1945, pp. 54-55).
(7) STRÖBREL, M., Carta a un sacerdote de Viena,
Buenos Aires (5 de junio de 1729), en Der Neue-Weltbott mit allerhand Nachrichten dern
Missionarium Soc. Jesu., Augsbourg & Gratz, 1736 (citado por DUVIOLS y BARREIRO SEGUIER, 1991, p. 146).
(8) En las cercanías se había fundado en 1624
el pueblo de Natividad de Nuestra Señora del Acaray; y en 1685, a orillas del
río Monday, el pueblo de Jesús, ambos de vida efímera.
(9) En Archivo General de la Nación Argentina, División Colonia, Sección
Gobierno, Expedientes: Autos, Sumarios, Testimonios (1740· l803), Sala
IX-20-08-07.
(10) RODRIGUEZ y GONZALEZ, 2010, etc.
(11) Entre los cuales, la imagen de la Virgen de los
Treinta y tres Orientales, declarada patrona del Uruguay por Juan XXIII en 1961,
una talla en cedro americano de origen guaraní-misionero del s. XVIII venerada
en la Catedral de Florida.
(12) O Provincia Cisplatina, tras la derrota del Gral.
José Artigas, frente a los luso-brasileños que la invadieron y ocuparon entre
1817 y 1828.
(13) Cada una de estas fuentes son examinadas técnicamente en
MERELLO-GUILLEMINOT (2015), a la luz de los elementos de diagnosis disponible
hasta el momento.