La polémica acerca de los orígenes del
canto gregoriano, por encima de sentimentalismos, parece ya cosa del pasado.
También el criterio científico debiera prevalecer sobre el apologético, a la
hora de echar una mirada a su prehistoria, tan
lejana como insondable.
El encuentro entre Pipino el Breve y el
papa Esteban II se suele vincular al
comienzo de la historia del canto gregoriano. Fruto del mismo es la
introducción del canto romano en la Galia,
y la habilitación a los técnicos que procedieron a su refundición con la
música de culto local, lo que habría sido hecha en Metz, bajo el impulso de su
arzobispo S. Crodegango. Pero frecuentemente se suele dejar de lado la
consideración del largo camino el proceso de ese material de trabajo; el qué,
cómo y por qué de ese repertorio romano -o viejo-romano- practicado en las basílicas de la Urbe y del
canto galicano, del cual no parece quedar vestigio melódico alguno.
Precisamente, con la expresión fuentes universales se suelen denominar
aquellas que enumeran el cúmulo de elementos etnomusicológicos que configuran
en su conjunto la herencia musical que llevó a la conformación de los distintos
dialectos litúrgicos musicales de la Edad Media europea: romano, ambrosiano, mozárabe,
galicano, beneventano. La dinámica social, política, cultural, sumada a la
expansión del cristianismo –en particular
a partir de episodios relevantes como el Edicto de Milán, el Concilio de
Nicea, la irrupción de la Vulgata Latina, la imposición del latín como
lengua para el culto-, señalan condicionantes para el desarrollo de
múltiples ritos locales y su creciente interrelación. Por tanto, también el
repertorio gregoriano hunde sus raíces en
la práctica de pueblos lejanos, y no solo del viejo-romano
re-descubierto por dom Mocquereau a fines del siglo XIX, o del galicano. Toda
una experiencia de siglos fue modelando ese material melódico,
inherente a los aspectos teóricos de la modalidad bizantina, a los aspectos
formales de la himnodia venida de Oriente –por ejemplo, aquella que hizo
brillar en Siria a S. Efrén-, los elementos populares que se fueron
introduciendo en el culto católico, o
aún a resonancias de un pasado más
remoto.
LA CONEXIÓN CON JUBAL
Sería una presunción llegar al bíblico
Jubal, en esta prehistoria del gregoriano actual, pero solo una visión
parcializada del proceso de gestación de este repertorio desconocería las
múltiples relaciones de la cantilación de la sinagoga judía con la música
gregoriana. Por lo demás, abundan en el Antiguo Testamento las referencias al
canto de los hebreos, así como pautas que ilustran la protoliturgia de los
Apóstoles en el Nuevo: el germen de lo que luego sería la misa y el oficio
están allí presentes, en donde la organización de las celebraciones en torno a
la fractio panis tienen una fuerte presencia musical; son los “salmos,
himnos, y cánticos espirituales” a los
que alude S. Pablo (2).
Pero no solo queda esto en las referencias
documentales. Es el caso del etnomusicólogo y compositor letón Abraham Idelsohn (1882-1938),
quien demostró, mediante registros grabados in situ desde 1914 de la
música religiosa de comunidades judías de la antigua Babilonia y el Yemen árabe
que se mantuvieron aisladas de la influencia extranjera, (1) las
estribaciones de esa antigua práctica musical en relación a diversas
características del gregoriano actual: el canto hebreo anticipa históricamente
el canto cristiano, de donde el canto sinagogal es una de las influencias del
canto gregoriano. Se puede verificar estas analogías en la estructura salmódica
de recitación sobre ciertas cuerdas, con un ritmo sujeto al texto, y el uso de
determinados giros melódicos relacionados con la puntuación literaria; el uso
de complejos melismas (particularmente en la última sílaba no acentuada del verso),
el tipo de escritura neumática, independiente a la alfabética greco-latina.
Lectura de la Torá de acuerdo a la tradición Daghestani (según Idelsohn).
Obsérvese la estructura sostenida por una nota de recitación y el motivo cadencial
construido con un intervalo de 3ª mayor.
El avance del cristianismo fue
enriqueciendo su canto sagrado, con formas nuevas inherentes a actores,
espacios y funcionalidad litúrgica específicos, entretanto se conformaba la
liturgia, el año litúrgico, el credo, la teología misma. Todo un
complejo de elementos venidos desde el fondo de la historia de ese nuevo Pueblo
de Dios “espiritualmente semítico” en la expresión de Pío XI, está pues en la
genealogía del compendio melódico gregoriano. Elocuentes testigos de ello son
los vocablos y nombres hebreos incorporados a los textos gregorianos, tan
propios de ellos como el mismo latín.
(1) Son
5000 las piezas que recopiló en los 10 volúmenes de su monumental obra Hebraisch-orientalischer
melodienschatz, originalmente publicada entre 1923-1932. Otros autores que
trabajaron sobre estas vinculaciones fueron François-Joseph Fétis, Hubert Parry,
Hugo Riemann, y sobre todo Peter Wagner.
(2) Cf. Ef. 5,19.
(2) Cf. Ef. 5,19.