Es sabido que el canto gregoriano ha
utilizado desde el momento en que se empezaron a fijar sus melodías, un tipo de
escritura denominada neumática. Y que esta denominación obedece a la presencia
de los neumas, las formas gráficas para representar los tonos,
semitonos, pero también la expresión que ha de imponerse a los mismos.
De la tradición oral, de maestro a
discípulo, a la tradición escrita, la registración del gregoriano atravesó
instancias diversas, de creciente determinación sonora, que empero fueron en
detrimento del aspecto rítmico y expresivo. Sin embargo, el conjunto documental
resultante de este proceso, valiéndose del método de la comparatio codicum,
permitió restituir tanto sonido como expresión propia, dominios de la
paleografía musical y de la semiología gregoriana, respectivamente.
Uno de los grandes méritos del Liber
usualis de dom Mocquereau fue hacer accesible a todo público la lectura de
los neumas gregorianos, preservando además de las teorías de mensuración -
superabundantes en ese tiempo- lo que es uno de sus patrimonios más
característicos: su sonoridad inmensurabilis, la ausencia de toda
medida. El proemio de esta obra aborda el conjunto de signos relevantes, según
las formas gráficas que había escogido dom Pothier para su Liber Gradualis (1883),
los signos cuadráticos que reproducían casi fielmente aquellos
utilizados en manuscritos del siglo XIV.
Fragmento del GR Universi (I domingo de Adviento) según el Liber Gradualis
El problema surge cuando se
considera la rica variedad de la semiografía neumática más antigua, y la forma
de adaptarla a la mente de un contemporáneo. Notada la melodía in campo aperto en sus inicios, la pérdida
de la memoria llevó a la paulatina incorporación de líneas, virtuales y luego
reales, donde ubicar los neumas, con la consecuente pérdida gráfica, y con ello
de cuanto su variedad representaba concretamente. Es notorio este fenómeno al
contemplar los doce aspectos del torculus en los códices de la familia de St.
Gall (siglos X-XI), en relación con las
opciones que presenta la notación
actualmente en uso.
Pero también las figuras cuadradas
supervivientes a las líneas y a la imprenta, fueron sometidas a la crítica, en
el pasado siglo. Y el diverso pautado, claves, formas gráficas, es decir toda
la semiografía con que se preserva este repertorio, se procuró sustituir por el
pentagrama y las figuras modernas. El resultado no satisfizo: las pérdidas
siguieron acrecentándose, y aún se debió
recurrir a ciertos signos adicionales, tomados en préstamo precisamente
de aquello que se pretendía sustituir (1).
Está claro que la disposición
interior del ejecutante se corresponde a la realidad del signo que tiene frente
a sí; no es casual que en la actualidad se busque interpretar la música de
épocas antiguas directamente de las fuentes manuscritas. Más allá de ello, y
para el caso específico del canto gregoriano, la lectura de los signos
cuadráticos, crecientemente perfeccionados (2), y la herramienta invalorable que supone tener a mano las ediciones manuscritas,
facilitan el camino a una ejecución objetiva y conformada a la mente de sus
autores.
Enrique Merello-Guilleminot
(1) Un intento de solución
intermedia que no prosperó se propuso mediante neumas cuadráticos escritos sobre un pentagrama en
clave de sol en 2da. línea (Cf. Graduel dominical, ed. latino-francesa, Schola Cantorum de Paris & Bureau Grégorien de Grenoble, 1932).
(2) Cf. Liber Himnarius,
Praenotanda, pp. xi-xvi (Abbaye Saint-Pierre de Solesmes, 1983)