La abundancia de coros gregorianos de laicos en todo el orbe se contrapone a la realidad de
la escasa práctica cultual del canto gregoriano.
Un obstáculo que parece determinante a la
hora de pretender poner en práctica el gregoriano en un contexto litúrgico
tiene que ver con el paulatino abandono del latín en las celebraciones
cristianas. La forma de instrumentar en una pastoral que busca hacerse
asequible a todos, un tipo de cantilación venerable y venerado sí, por sus
valores artísticos y por su sustento doctrinal, pero en un idioma que ya no es
el cotidiano, parece un asunto de difícil solución. Desde luego, el canto
gregoriano ya es una música histórica; un arco de tiempo de por lo menos 1250
años separa al contemporáneo de su conformación como compendio melódico.
Una cuestión de interpretación del Vaticano
II y de su documento específico sobre la liturgia, es decir de la constitución Sacrosanctum
Concilium, es la clave de este asunto. Porque si bien en este documento se da pie a la
celebración en lengua vernácula, el latín sigue siendo la lengua litúrgica de la Iglesia católica y
concomitantemente, también del gregoriano: “guárdese el uso de la lengua latina
en los ritos latinos, salvo derecho particular”, y “la Iglesia reconoce el
canto gregoriano como el propio de la liturgia romana” (1). Por
tanto, no puede haber gregoriano que no sea en latín: lo demuestran los
primeros testimonios escritos, cuando a falta de una escritura musical más o
menos perfeccionada, se escribía el texto de las piezas, el texto latino. Tal
el caso de las fuentes del Antiphonale Missarum Sextuplex, entre ellas
el Gradual de Corbie, de finales del siglo IX (2).
ECOS MUSICALES DE LA LATINIDAD
El canto gregoriano debe al latín su
conformación. El latín, nuestro viejo latín, relacionado evidentemente con una
cultura romana y occidental que hace al ser latino con toda una carga de
patrimonios comunes, es la materia
gregoriana, la base rítmico-verbal de sus melodías. Su acentuación propia y sus
cantidades son la misma razón de sus elevaciones y cadencias. Ya enseñaba
Marciano Capella en el siglo V que el acento es “el alma de la voz y el germen
de la música” (3). Y el acento al que se refiere, evidentemente, no es otro que el acento latino.
Aceptar un “gregoriano” sobre una lengua moderna es aceptar una elaboración del
gregoriano sobre la base de los ritmos e inflexiones de una lengua diversa, de
fonética que difiere conforme a la suerte de su evolución.
Hoy, con la disposición melódica que
resulta de la investigación científica, y con un latín fruto de una convención
-el latín romano prescrito desde S. Pío X en adelante, a fin de evitar las
pronunciaciones nacionales-, este repertorio antiguo es cantado tanto por religiosos como por laicos con una
aproximación casi fidedigna a las fuentes y de hecho, permitiendo que la
apoyatura gregoriana al culto sea tan viable como actualmente el Ave Maria
de Schubert en una boda, o las aclamaciones del Alleluia en cualquier misa, que
a nadie se le ocurriría traducir.
Entre los más prestigiosos coros de laicos se cuentan (de izquierda a derecha)
el Choeur Grégorien de Paris-Voix de Femmes, dir. Olga Roudakova (Francia),
Vox Clamantis, dir Iaan-Eik Tulve(Estonia),
Vox Clamantis, dir Iaan-Eik Tulve(Estonia),
Mediae Aetatis Sodalicium, dir. Nino Albarosa (Italia) o la Schola Antiqua,
dir. Juan Carlos Asensio (España).
dir. Juan Carlos Asensio (España).
Música histórica, el gregoriano rebasa la
categoría museológica en tanto se hace verdadero acto y código de lenguaje en
las comunidades de fe que lo practican como instrumento para la alabanza
divina, y en los coros gregorianos que lo
presentan como obra magistral del arte. Y se hace novedad perenne, como parece
siempre novedosa toda creación musical incorporada por mérito propio al
restringido catálogo de lo clásico.
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
(1) Cf. Sacrosanctum Concilium, N° 36 & N° 116 (4 de diciembre de
1963).
(2) Editado por dom
René-Jean HESBERT (Vromant et Cie., Bruxelles-Paris, 1935), la obra reúne el
conjunto de piezas de más antigua
tradición, según los graduales de Compiègne, Rheinau, Mont-Blandin,
Corbie, Senlis y el cantatorium de
Monza.
(3) Citado
por dom Daniel SAULNIER: Le chant
grégorien, p. 31 (Centre Culturel de l’Ouest, France, 1996)
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