El primer elemento de dificultad que se le
presenta a quien desea iniciarse en el estudio de la disciplina gregoriana, es
saber dónde se le encuentra: conocer los libros a donde recurrir, y encontrarle
restituido de una manera que resulte hoy satisfactoria.
Un libro llamado a tener difusión mundial
como emblemático del gregoriano restaurado, se hacía público en 1896: el Paroissien
Romain, más conocido en posteriores ediciones en lengua latina bajo el
título Liber Usualis missae et officii. La obra presentaba los textos y piezas a utilizar en
las misas y oficios de todos los domingos y fiestas principales del año
litúrgico, un compendio valioso en un tiempo en el que el gregoriano pugnaba entre la
autenticidad y la canonicidad (las ediciones benedictinas y la Neo-Medicaea),
y el conocimiento de esta enorme colección de melodías era limitado. No
obstante, el material del Liber Usualis era heterogéneo, y no todo
proveniente del fondo melódico más antiguo.
Acotado en más de 700 piezas del proprium
missae, el centenar del ordinarium, las millares de antífonas y
responsorios del oficio, los más de 400 himnos, aparte de las 5700 secuencias y los varios centenares de
tropos, el catálogo gregoriano constituye el resultado de una normalización no
tanto restrictiva como preceptiva, que presenta a quien le interesa un tipo de
repertorio religioso vocal considerado único en su género. En efecto, no
nacido “para la oración, sino de la
oración” como observaba Jean Jeanneteau (1), la
proclamación del texto bíblico es consubstancial a la melodía gregoriana, como
entidad inseparable, no sometida el uno a la otra, sino en íntima relación.
Verdadera “palabra cantada”, el texto está en su misma génesis (2), aspecto éste diferencial de las experiencias musicales posteriores en materia
de música eclesiástica, sean o no monumentales, como la Misa en si de
Bach, las misas de Mozart, Beethoven o Bruckner.
UN GENERO QUE ENTRAÑA UN ESTILO
La búsqueda del canto gregoriano entraña
pues la localización de un entorno geográfico, una ubicación temporal, y sobre
de todo una tradición viva. Integrada a ese corpus sistematizado, el más
antiguo de Occidente, vinculada inexorablemente a una fuente paleográfica, no
toda lectura de tetragrama y neumas es entonces lectura gregoriana: ni el O
filii et filiae, ni las misas de Henri Dumont o mucho menos el Adeste
fideles, todo lo que se podía encontrar en las páginas del Liber usualis.
Editio princeps del Liber
Usualis. La obra cobró inesperada vigencia desde que se dispuso en 2007que
la liturgia dicha pre-conciliar o tridentina se transformara en el Rito Extraordinario de la Iglesia católica, bajo Benedicto XVI.
¿Cuáles son las fuentes bibliográficas que
nos aportan entonces el gregoriano auténtico? Las que contemplan los estudios paleográficos y semiológicos llevados a cabo directamente
sobre los manuscritos, y adecuados a las reformas litúrgicas emprendidas a
partir del Vaticano II, tanto de la misa como el del oficio divino. Pero aún
estas ediciones en incluyen por razón de una tradición nada desdeñable, piezas
que la práctica incorporó al uso, como el caso de la Missa VIII de Angelis, el
Adoro te devote o las antífonas
marianas en tono simple, un tipo de material que algunos llaman pseudo-gregoriano,
y nosotros convenimos en llamar neo-gregoriano. El discernimiento de
éstas es el fruto del estudio en profundidad de dichas ediciones, lo que
presentan y su soporte teórico, lo que habrá de hacerse con el espíritu
objetivo del investigador y la serena certidumbre de que en la disciplina
gregoriana, la ciencia antecede al arte, cuando el neuma se hace gesto, y el
gesto melodía.
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
(1) Citado
en Gregoriana, N°especial 1994, p. 1,
editada por “Les Amis du Choeur grégorien de Paris”, 1994.
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