El Choeur Grégorien de Paris en la Exposición Universal de Japón Aichi 2005
Pero aunque justificado, tanto
incienso ha dado lugar a toda otra clase de literatura asentada en el fenómeno
de la mistificación, frecuente y casi
inevitable instancia en la historia del hombre cuando ciertos eventos tocan su
corazón; y así se ha querido ver en esta summa melódica el instrumento
para una misteriosa conexión entre lo
tangible y lo intangible, entre lo terrenal y lo cósmico, entre “lo de abajo” y
“lo de arriba”, al decir de la tabula smaragdina y la tradición hermética.
No vamos a negar que la densa teoría especulativa medioeval, donde el número era propiedad del hecho musical, parece ser inherente al canto sagrado y a su marco teórico. Tema del gregoriano es desde su gestación, ese entorno metafísico con relaciones simbólicas de intervalos y conceptos teológicos, y aún con vínculos un poco más difíciles entre números y medidas sagrados con el sistema modal, como proponen otros teóricos.
La asociación del canto gregoriano
con las grandes obras y con los grandes hombres
no es nueva, y se remonta al siglo IX, cuando se le dio el nombre de
gregoriano. Era “atar” un libro a la autoría de Gregorio I, monje-papa, doctor
de la Iglesia, santo enamorado de la alabanza litúrgica, cuya grandeza de su
apelativo se justificaba en diversos campos, y su nombre prestaba legitimidad y
autoridad a este conjunto de melodías dispuestas para cantar en el rito
católico. Constituye por tanto, un repertorio melódico, una familia litúrgica (romana)
dentro de un panorama mucho más complejo, superabundante en ritos, liturgias,
cantos: coexistían inicialmente con el llamado gregoriano el canto
ambrosiano, el galicano, el mozárabe. Tampoco puede entonces ser equivalente a
aquella genérica "monodía cristiana" aprendida en los viejos programas de la enseñanza media.
Registro documental de piezas
melódicas para ser celebradas, símbolo aglutinador de hombres y/o mujeres que
rezan en comunidad, representación icónica de lo sagrado, el gregoriano se
presenta como expresión trascendente de lo sensitivo; acaso esa sencilla pero
imponente presencia -la simplicidad suele ir de la mano de lo bueno-, llevó a
decir a Georges Huysmans (2) que sus melodías corresponden a “la paráfrasis aérea de la inmóvil estructura
de las catedrales”.
Huysman comprendió que el templo era la "caja de resonancia" ideal del gregoriano, y aún más: su manifestación inmaterial que vuela bajo sus bóvedas y sus arcos.
No obstante, no ha de olvidarse
que por sobre todo el canto gregoriano es música; música vehiculizadora de lo
espiritual; oración cantada, texto que se reconoce sagrado y que se canta
enmarcado en un credo y doctrina
determinados por una de las tres grandes religiones tradicionales de Occidente,
pero música al fin: domino del arte de los sonidos y silencios.
Por ello acaso hace bien y es
misterioso, como la misma música y también como la religión: para el hombre de
fe, por cuanto su mística es la de Dios, su bien se desprende de su
mismo catecismo sonoro, y del Bien supremo que es su único objeto; para el
melómano, por cuanto deja a su alma la audición objetiva de su arco melódico,
con todos sus desarrollos, hasta alcanzar el último fonema de sus desinencias
latinas.
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
(1) Promulgado el 22 de
noviembre de 1903, este documento constituye la gran apoyatura de la jerarquía
eclesiástica a las investigaciones gregorianísticas de los monjes de Solesmes.
(2) Georges HUYSMANS
(1848-1907), oblato benedictino de la Abadía de Ligugé y destacado escritor
francés, fue autor de novelas de gran suceso en su época, como En route, La cathédrale, Les foules de
Lourdes, L’oblat, etc.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario