lunes, 31 de diciembre de 2012

Acerca de mitos y realidades

Cuando se habla de canto gregoriano fluyen los adjetivos de todo tipo, en desmedro de una  escasa objetividad.

 No es una gratuidad, ni tampoco una alineación confesional referirse al canto gregoriano como a un thesaurus de la cultura. Por su parte, las generaciones, la pátina del tiempo, los juicios de los conocedores han contribuido a elevar este repertorio a la categoría de monumento de la música. Y si evaluamos  el milenio largo que tiene por detrás su historia documentada, el acendrado decir de su mensaje religioso, su inconmovible belleza, debiéramos concluir que lo es. En síntesis magistral,  Pío X define en su motu proprio Tra le sollecitudini  (1) las características más específicas del gregoriano, esto es su “santidad, universalidad y verdadero arte”: es un canto descarnado, para todo el mundo, naturalmente bello.
 

El Choeur Grégorien de Paris en la Exposición Universal de Japón Aichi 2005
 

Pero aunque justificado, tanto incienso ha dado lugar a toda otra clase de literatura asentada en el fenómeno de la  mistificación, frecuente y casi inevitable instancia en la historia del hombre cuando ciertos eventos tocan su corazón; y así se ha querido ver en esta summa melódica el instrumento para una  misteriosa conexión entre lo tangible y lo intangible, entre lo terrenal y lo cósmico, entre “lo de abajo” y “lo de arriba”, al decir de la tabula smaragdina y la tradición hermética.
 
No vamos a negar que la densa teoría especulativa medioeval, donde el número era propiedad del hecho musical, parece ser inherente al canto sagrado y a su marco teórico. Tema del gregoriano es desde su gestación, ese entorno metafísico con relaciones simbólicas de intervalos y conceptos teológicos, y aún con vínculos un poco más difíciles entre números y medidas sagrados con el sistema modal, como proponen otros teóricos.

 SIGNO, SIMBOLO, ICONO SONORO

La asociación del canto gregoriano con las grandes obras y con los grandes hombres  no es nueva, y se remonta al siglo IX, cuando se le dio el nombre de gregoriano. Era “atar” un libro a la autoría de Gregorio I, monje-papa, doctor de la Iglesia, santo enamorado de la alabanza litúrgica, cuya grandeza de su apelativo se justificaba en diversos campos, y su nombre prestaba legitimidad y autoridad a este conjunto de melodías dispuestas para cantar en el rito católico. Constituye por tanto, un repertorio melódico, una familia litúrgica (romana) dentro de un panorama mucho más complejo, superabundante en ritos, liturgias, cantos: coexistían inicialmente con el llamado gregoriano el canto ambrosiano, el galicano, el mozárabe. Tampoco puede entonces ser equivalente a aquella genérica "monodía cristiana" aprendida en los viejos programas de la enseñanza media.

Registro documental de piezas melódicas para ser celebradas, símbolo aglutinador de hombres y/o mujeres que rezan en comunidad, representación icónica de lo sagrado, el gregoriano se presenta como expresión trascendente de lo sensitivo; acaso esa sencilla pero imponente presencia -la simplicidad suele ir de la mano de lo bueno-, llevó a decir a Georges Huysmans (2) que sus melodías corresponden a “la paráfrasis aérea de la inmóvil estructura de las catedrales”.  
 
Huysman comprendió que el templo era la "caja de resonancia" ideal del gregoriano, y aún más: su manifestación inmaterial que vuela bajo  sus bóvedas y sus arcos.
 
No obstante, no ha de olvidarse que por sobre todo el canto gregoriano es música; música vehiculizadora de lo espiritual; oración cantada, texto que se reconoce sagrado y que se canta enmarcado  en un credo y doctrina determinados por una de las tres grandes religiones tradicionales de Occidente, pero música al fin: domino del arte de los sonidos y silencios.

Por ello acaso hace bien y es misterioso, como la misma música y también como la religión: para el hombre de fe, por cuanto su mística es la de Dios, su bien se desprende de su mismo catecismo sonoro, y del Bien supremo que es su único objeto; para el melómano, por cuanto deja a su alma la audición objetiva de su arco melódico, con todos sus desarrollos, hasta alcanzar el último fonema de sus desinencias latinas.

Enrique MERELLO-GUILLEMINOT

(1) Promulgado el 22 de noviembre de 1903, este documento constituye la gran apoyatura de la jerarquía eclesiástica a las investigaciones gregorianísticas de los monjes de Solesmes.
(2) Georges HUYSMANS (1848-1907), oblato benedictino de la Abadía de Ligugé y destacado escritor francés, fue autor de novelas de gran suceso en su época, como En route, La cathédrale, Les foules de Lourdes, L’oblat, etc.   
 

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