sábado, 6 de enero de 2024

LA NAVIDAD Y SUS FULGORES

De todos los tiempos y fiestas del calendario cristiano, sin duda que el ciclo de la Navidad -desde el Adviento hasta la Epifanía- es el que me moviliza más emociones, desde la profundidad de su misterio y su brillo refulgente en la alta noche. Es allí, en el momento en el que el celebrante entona el Gloria gregoriano durante la Misa de Gallo, cuando todos nos sentimos estrechamente hermanados en el acontecimiento inefable de un Dios hecho hombre. El Pesebre ya completo lo anuncia y lo proclama, mientras parece invitarnos con la antigua melodía: Venite, adoremus!

Vengo de un país en el que a la Navidad, la cultura oficial llama “Día de la Familia” desde 1919 (1). Mis recuerdos, por ende, en el marco de una infancia dorada, la asocia a grandes reuniones de una familia feliz, a O du Fröeliche, o du Selige o el infaltable Stille Nacht, heilige Nacht salidos de un vinilo de los Niños Cantores de Viena, o a las más cercanas vidalas y chamamés de la inolvidable “Navidad nuestra” de Ariel Ramírez, con sus “Que Dios te salve María, la más bonita kuñatai” de la Anunciación. Todo en torno a una mesa colmada de delicias europeas a la hora del brindis, tras la regular carne asada venida de los gauchos, otro curioso sincretismo. 

 

Esta navidad de 2023 conmemoró el 800° aniversario del primer Pesebre o Belén creado por san Francisco de Asis en Greccio, Italia. Según lo describe san Buenaventura, el pesebre era viviente (con humanos y animales representados en los roles bíblicos). Imagen: Pesebre de la Catedral Saint-Maurice de Angers, Francia.

Por entonces el Pesebre y sus misteriosas figuras, junto al infaltable y perenne arbolito navideño con sus adornos primorosos, constituía ciertamente el lugar del misterio trascendental a las palabras, más allá de los regalos que iban a llegar cuando diera la medianoche.

¿Por qué esas figuras? ¿Por qué ese pino decorado con tantas luces y colores, todo lo cual preparábamos con esmero y antelación? Ahí estaba el Niño Dios, allí estaban rodeándolo el aliento cálido de un asno y un buey, porque "conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo,” (2) enseñándonos lo que por el filtrado de nuestro raciocinio excesivamente cartesiano, 2 + 2 son 4, a nosotros, Pueblo de Dios, nos resulta difícil discernir. Y estaba la mirada amorosa de la Virgen María, “puerta del cielo siempre abierta”, como enseña la antífona mariana de estos días,(3) y estaban San José, del linaje de David, el rey músico, los humildes pastores, los enigmáticos Reyes Magos, todo lo cual mi escueto catecismo le confería la justa aureola de maravilla.

OTRA DOCENCIA NAVIDEÑA A TRAVÉS DEL ARTE

El paso del tiempo, y en particular el estudio y práctica del canto gregoriano hicieron que la Navidad cobrara una dimensión distinta, acaso más desconectada del entorno: si bien la fe cristiana es eminentemente celebrativa y comunitaria (es bien sabido que la familia cobra su lugar preponderante en la historia de la Salvación), Dios habla a cada uno de nosotros en la profundidad de nuestros corazones.

Y a descubrir las maravillas de este repertorio único del Adviento, que parten como en una soberbia obertura del introito Ad te levavi, en "subida" hacia la gran fiesta del Sol de Justicia. Una subida que se hace intensa, rica, plena de regalos para el alma dispuesta a dejarse llevar de estos encantos, y no solo los que encontraba bajo aquellos lejanos arbolitos de Paysandú, la entrañable ciudad de mis mayores, o de Montevideo, mi ciudad balcón al sur, y la de mi propia familia.

En efecto, a la Navidad se accede como por peldaños, gracias a las antífonas "O" de las vísperas de sus últimos días, con su repetición formulada y admirativa hacia Quien es la Sabiduría, el Adonai, la Raíz de Jessé, la Llave de David, el Oriente, el Rey de las naciones, el Emmanuel, todos títulos mesiánicos: una a una nos conducen desde la sabiduría (el 17 de diciembre) hasta Quien habrá de nacer en el hoy eterno,(4) el divino Emmanuel (el 23 de diciembre) anunciado por los profetas, que es el Cristo de Dios. Una subida, en fin, sugerida en cada una de estas piezas,(5) abarcando seis de las notas de la gama musical, de re a si/sib, o aun todas ellas desde el do, si consideramos la pretónica que es rozada tras la cesura del versículo:

 

 
El neuma “llave” a esa subida exclamativa, es el podatus initio debilis sobre la "O" (tomado del Antiphonale Romanum II, Solesmes, MMIX, p. 43).

Si; subimos hasta la Navidad para contemplar el Dios que se abaja a nuestra naturaleza más frágil, a nuestra humanidad mas desprotegida, tal y como lo vemos en los Pesebres del mundo en la figura de ese Niño que viene de nacer, un Dios encarnado que se hace hombre para que nosotros participemos de su inmanente divinidad, lo cual ciertamente es el tesoro oculto que lleva todo cristiano. Y esto, lejos de ser un oxímoron teológico, es un hecho histórico colmado de certezas: los que sabemos de su presencia real "que excede todo conocimiento"(6) en nuestras vidas, no podemos sino que emocionarnos e ilusionarnos mientras se suceden esas cuatro semanas que preparan el Gran Día.(7)

Después vienen más obras maestras del repertorio gregoriano, partiendo de los introitos de las tres misas de la Natividad del Señor: Dominus dixit, en el que el Padre y el Hijo dialogan en la intimidad del Espíritu Santo, en la misa de la noche; Lux fulgebit, el anuncio del nacimiento histórico bajo la Estrella de Belén, en la misa de la aurora, con sus destellos verdaderamente visuales; y finalmente Puer natus, en la misa del día, una pieza colmada de alegría que se expande a los cuatro vientos, desde su brillante quinta ascendente del primer neuma. Es una expresión magistral de que las tinieblas dan paso a la luz, la epifanía de Dios nos alcanza a todos, a todos los pueblos, a todas las naciones, a la condición humana en su plenitud. 

 

El Coro gregoriano de París interpretando el introito Puer natus durante la Exposición universal de Nagoya, Japón, en 2005 (https://youtu.be/77gg7KpvF9g?si=uSC4ziBCT3Tb74Jt ).

HACER DE CADA DIA UNA NAVIDAD

El recuerdo de aquellas tantas navidades luminosas junto a mi familia, se superponen a aquella lejana e irrepetible compartida junto a los amigos del Coro gregoriano de París en Alejandría, cuando nos encontrábamos en gira por el País de los Faraones. O tantas otras posteriores, entonando esas piezas como tantas otras soberbias -en su justo título- que nos ha dejado la tradición musical de la Iglesia, lo que tenía como lugar privilegiado la flamígera iglesia de Saint-Séverin de París. Entonábamos y entono hoy y siempre el gregoriano, y siento que con ello estoy más cerca de los ángeles que anunciaban cantando el nacimiento del Unigénito de Dios en Belén, lo cual -corresponde reconocerlo- es un privilegio de quienes nos valemos del arte de los sonidos para la alabanza divina, tanto dentro como fuera de la Liturgia: hacerse uno con los ángeles del Cielo, sea en castellano o en guaraní, como en la gran obra de Ramírez; en alemán, francés o no importa qué lengua, como en tantas otras joyas de la tradición popular; y especialmente en latín, la lengua de la Iglesia de Roma desde el lejano siglo IV.

En este mundo que pareciera darle la espalda a las realidades supranaturales por sospechosas o “incomodas”, y ya decía Bernanos que la civilización occidental es ante todo “una conspiración universal contra toda forma de vida interior”,(8) los fulgores de la Navidad, llamados a perdurar a lo largo de todo el año, son fehacientemente el portal a una trascendencia que nos ha sido arrebatada en dosis homeopáticas, y que empero por derecho propio nos pertenece. Es al cristiano a quien corresponde prolongar aquel hoy eterno, para que esa epifanía sea un perpetuo llamado a la conversión y luego a la alabanza: venite adoremus...

Enrique Merello-Guilleminot

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(1) Sin contar, naturalmente, a los países de cultura islámica, junto a China y Corea del Norte, el Uruguay comparte ese dudoso podio mundial del escepticismo institucionalizado: ciertamente, “como el Uruguay, no hay”, tal como repetían nuestros mayores, aunque aquí sin ánimo de elogio.

(2) Cf. Is. 1,3.

(3) La antífona de Completas del Adviento y Navidad Alma Redemptoris Mater.

(4) Es ésta, precisamente, la docencia de la antífona del Magnificat Hodie Christus, del mismo día de Navidad.

(5) Conviene precisar que el ms. Hartker (St. Gall 390/391) registra doce de estas antífonas (ff° 40-41), y por tanto cinco de las cuales no están transcriptas ni en el Antiphonale Monasticum de 1934 ni en las ediciones solesmenses del presente siglo.

(6) Cf. Ef 3,19.

(7) Qué pueden decir, uno se pregunta, los escépticos de la historicidad de Jesús de Nazaret, de ayer como los de hoy, tal como Michel Onfray, cuando no es ni en los escritos de Flavio Josefo, Tácito, Suetonio, Mara bar Serapion, ni siquiera en el papiro P52 (Papyrus Ryl. Gr. 457, i J. Rylands Library, Manchester), donde hay que buscar las pruebas documentales, sino en el testimonio vivo de los millones y millones que lo confiesan hoy y hace dos mil años como Hijo del Dios altísimo.

(8) Cf. BERNANOS, G. (1946), La France contre les robots, éditions France Libre, Rio de Janeiro.

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