Una concepción de
la música y del arte en general bien diferente de la actual, está en el origen
del canto gregoriano. Ponerse a la espalda de esto, es ignorar buena parte del
sentido de su existencia.
Que la asepsia del gregoriano
resulta fuertemente evocadora y motivadora, parece ser un aspecto que se
percibe sobresaliente de su espiritualidad. Su impronta de intemporalidad llega
sin embargo al individuo como recreando un tiempo sin memoria, cuando los
sentimientos parecían no volcarse más que hacia el misterio. Y cuando este
proceso se hace en función del evento religioso, el efecto en las almas puede
resultar una experiencia inolvidable: el hombre que se mira al espejo desea ver
lo mejor de sí mismo.
Seguramente, quien el 25 de enero de
1943, en medio del absurdo de la guerra,
se dio cita en el Palais Chaillot parisino, desafiando el miedo a los ataques
aéreos, a fin de escuchar música eclesiástica para canto como para órgano, en
la presencia del Arzobispo de París, podrá confirmar este aserto. Era un millar
de cantores convocados frente a la simbólica torre, que entonaron la música gregoriana en un clima de exaltación en medio
del desastre, acaso como una forma de exorcizar en el lenguaje del arte las
calamidades del momento.
El Palais Cahillot, escenario de aquel famoso concierto gregoriano
Las crónicas registran por esos años
otros conciertos espirituales, como el de la Sala Pleyel, con el mismo
impacto en el público asistente, confirmando “el poder de expresión e
impresión” del gregoriano que invocaba Gounod.(1)
DE LA EXHORTACION A LA APLICACION
Tal multitud entonando estas ondulantes melodías
empobrecen las palabras de cualquier lengua. El Congreso Eucarístico
Internacional de Buenos Aires, celebrado en 1934 y presidido por el entonces Cardenal Pacelli, es otro testimonio
de gregoriano cantado por miles, aunque en un contexto expresamente litúrgico. Fuera
de él, las melodías gregorianas adquieren empero un acento como de demanda
volviendo a transformarse, por así decirlo, por su formato específico e
incuestionable contenido espiritual, en objeto de culto, en música útil a un
fin trascendente a la música, usus antes que ars. Lo cultural
lleva a lo cultual, aspectos inseparables en este compendio melódico.
El hecho llamativo tiene que ver con
el exhorto documental venido de la más encumbrada jerarquía católica a
re-establecer su formidable poder sacralizador, reubicándolo en los templos
hacia donde se orientó en sus comienzos, y su escasa repercusión en los hechos. En palabras dirigidas a los
participantes del Congreso Internacional de Música Sacra desarrollado en Roma en enero de 2001, Juan
Pablo II se refirió una vez más al canto gregoriano como a “un patrimonio
espiritual y cultural único y universal que se nos ha transmitido como la
expresión musical más límpida de la música sacra, al servicio de la palabra de
Dios”, añadiendo luego que la música religiosa establece puentes de “dialogo
fructuoso”, aún allende lo confesional, porque todo hombre es sensible a la belleza, y ésta “es clave del misterio y
llamada a lo trascendente.”(2)
El papa se podía haber referido al
famoso concierto gregoriano del Trocadero, como el que se podría
efectuar en todo lugar, sea en Tokio o en Montevideo. Es siempre una
convocatoria a esa belleza, entendida como verdadera fuente de conocimiento,
algo tan necesario, en este mundo global
tan afeado por la incertidumbre y la desazón.
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
(1) Citado por el P.
Andrés AZCARATE: La Flor de la Liturgia,
Cap. VIII, 5 (Abadía de San Benito, Buenos Aires, 1945).
(2) Cf.
Juan Pablo II, Discurso del 27 de enero de 2001 en la Sala del Consistorio, 3
& 5 (L’Osservatore Romano, N°5, 2
de febrero de 2001, 3)
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