jueves, 16 de agosto de 2012

Los senderos entre la utilidad y el arte


Una concepción de la música y del arte en general bien diferente de la actual, está en el origen del canto gregoriano. Ponerse a la espalda de esto, es ignorar buena parte del sentido de su existencia.

Que la asepsia del gregoriano resulta fuertemente evocadora y motivadora, parece ser un aspecto que se percibe sobresaliente de su espiritualidad. Su impronta de intemporalidad llega sin embargo al individuo como recreando un tiempo sin memoria, cuando los sentimientos parecían no volcarse más que hacia el misterio. Y cuando este proceso se hace en función del evento religioso, el efecto en las almas puede resultar una experiencia inolvidable: el hombre que se mira al espejo desea ver lo mejor de sí mismo. 

Seguramente, quien el 25 de enero de 1943, en medio del absurdo de la  guerra, se dio cita en el Palais Chaillot parisino, desafiando el miedo a los ataques aéreos, a fin de escuchar música eclesiástica para canto como para órgano, en la presencia del Arzobispo de París, podrá confirmar este aserto. Era un millar de cantores convocados frente a la simbólica torre,  que entonaron la música  gregoriana en un clima de exaltación en medio del  desastre, acaso como una forma  de exorcizar en el lenguaje del arte las calamidades del momento.    


El Palais Cahillot, escenario de aquel famoso concierto gregoriano

Las crónicas registran por esos años otros conciertos espirituales, como el de la Sala Pleyel, con el mismo impacto en el público asistente, confirmando “el poder de expresión e impresión” del gregoriano que invocaba Gounod.(1)
           
DE LA EXHORTACION A LA APLICACION

Tal multitud  entonando estas ondulantes melodías empobrecen las palabras de cualquier lengua. El Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, celebrado en 1934 y presidido por el  entonces Cardenal Pacelli, es otro testimonio de gregoriano cantado por miles, aunque en un contexto expresamente litúrgico. Fuera de él, las melodías gregorianas adquieren empero un acento como de demanda volviendo a transformarse, por así decirlo, por su formato específico e incuestionable contenido espiritual, en objeto de culto, en música útil a un fin trascendente a la música, usus antes que ars. Lo cultural lleva a lo cultual, aspectos inseparables en este compendio melódico.           

El hecho llamativo tiene que ver con el exhorto documental venido de la más encumbrada jerarquía católica a re-establecer su formidable poder sacralizador, reubicándolo en los templos hacia donde se orientó en sus comienzos, y su escasa repercusión en los hechos. En palabras dirigidas a los participantes del Congreso Internacional de Música Sacra  desarrollado en Roma en enero de 2001, Juan Pablo II se refirió una vez más al canto gregoriano como a “un patrimonio espiritual y cultural único y universal que se nos ha transmitido como la expresión musical más límpida de la música sacra, al servicio de la palabra de Dios”, añadiendo luego que la música religiosa establece puentes de “dialogo fructuoso”, aún allende lo confesional, porque todo hombre es sensible  a la belleza, y ésta “es clave del misterio y llamada a lo trascendente.”(2) El papa se podía haber referido al  famoso concierto gregoriano del Trocadero, como el que se podría efectuar en todo lugar, sea en Tokio o en Montevideo. Es siempre una convocatoria a esa belleza, entendida como verdadera fuente de conocimiento, algo tan necesario,  en este mundo global tan afeado por la incertidumbre y la desazón.

                                                                                 Enrique MERELLO-GUILLEMINOT


(1) Citado por el P. Andrés AZCARATE: La Flor de la Liturgia, Cap. VIII, 5 (Abadía de San Benito, Buenos Aires, 1945).
(2) Cf. Juan Pablo II, Discurso del 27 de enero de 2001 en la Sala del Consistorio, 3 & 5 (L’Osservatore Romano, N°5, 2 de febrero de 2001, 3)

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