sábado, 21 de septiembre de 2013

Tras los rastros de una tradición lejana

La polémica acerca de los orígenes del canto gregoriano, por encima de sentimentalismos, parece ya cosa del pasado. También el criterio científico debiera prevalecer sobre el apologético, a la hora de echar una mirada a su prehistoria, tan  lejana como insondable.

El encuentro entre Pipino el Breve y el papa Esteban II se suele vincular al  comienzo de la historia del canto gregoriano. Fruto del mismo es la introducción del canto romano en la Galia,  y la habilitación a los técnicos que procedieron a su refundición con la música de culto local, lo que habría sido hecha en Metz, bajo el impulso de su arzobispo S. Crodegango.  Pero frecuentemente se suele dejar de lado la consideración del largo camino el proceso de ese material de trabajo; el qué, cómo y por qué de ese repertorio romano -o viejo-romano-  practicado en las basílicas de la Urbe y del canto galicano, del cual no parece quedar vestigio melódico alguno.

Precisamente, con la expresión  fuentes universales se suelen denominar aquellas que enumeran el cúmulo de elementos etnomusicológicos que configuran en su conjunto la herencia musical que llevó a la conformación de los distintos dialectos litúrgicos musicales de la Edad Media europea: romano, ambrosiano, mozárabe, galicano, beneventano. La dinámica social, política, cultural, sumada a la expansión del cristianismo –en particular  a partir de episodios relevantes como el Edicto de Milán, el Concilio de Nicea, la irrupción de la Vulgata Latina, la imposición del latín como lengua para el culto-, señalan condicionantes para el desarrollo de múltiples ritos locales y su creciente interrelación. Por tanto, también el repertorio gregoriano hunde sus raíces en  la práctica de pueblos lejanos, y no solo del viejo-romano re-descubierto por dom Mocquereau a fines del siglo XIX, o del galicano. Toda una  experiencia de siglos  fue modelando ese material melódico, inherente a los aspectos teóricos de la modalidad bizantina, a los aspectos formales de la himnodia venida de Oriente –por ejemplo, aquella que hizo brillar en Siria a S. Efrén-, los elementos populares que se fueron introduciendo en el culto católico,  o aún a  resonancias de un pasado más remoto.

LA CONEXIÓN CON JUBAL

Sería una presunción llegar al bíblico Jubal, en esta prehistoria del gregoriano actual, pero solo una visión parcializada del proceso de gestación de este repertorio desconocería las múltiples relaciones de la cantilación de la sinagoga judía con la música gregoriana. Por lo demás, abundan en el Antiguo Testamento las referencias al canto de los hebreos, así como pautas que ilustran la protoliturgia de los Apóstoles en el Nuevo: el germen de lo que luego sería la misa y el oficio están allí presentes, en donde la organización de las celebraciones en torno a la fractio panis tienen una fuerte presencia musical; son los “salmos, himnos,  y cánticos espirituales” a los que alude S. Pablo (2).

Pero no solo queda esto en las referencias documentales. Es el caso del etnomusicólogo y compositor letón Abraham Idelsohn (1882-1938), quien demostró, mediante registros grabados in situ desde 1914 de la música religiosa de comunidades judías de la antigua Babilonia y el Yemen árabe que se mantuvieron aisladas de la influencia extranjera, (1) las estribaciones de esa antigua práctica musical en relación a diversas características del gregoriano actual: el canto hebreo anticipa históricamente el canto cristiano, de donde el canto sinagogal es una de las influencias del canto gregoriano. Se puede verificar estas analogías en la estructura salmódica de recitación sobre ciertas cuerdas, con un ritmo sujeto al texto, y el uso de determinados giros melódicos relacionados con la puntuación literaria; el uso de complejos melismas (particularmente en la última sílaba no acentuada del verso), el tipo de escritura neumática, independiente a la alfabética greco-latina.
  

Lectura de la Torá de acuerdo a la tradición Daghestani (según Idelsohn).
Obsérvese la estructura sostenida por una nota de recitación y el motivo cadencial
construido con un intervalo de 3ª mayor.

El avance del cristianismo fue enriqueciendo su canto sagrado, con formas nuevas inherentes a actores, espacios y funcionalidad litúrgica específicos, entretanto se conformaba la liturgia, el año litúrgico, el credo, la teología misma. Todo un complejo de elementos venidos desde el fondo de la historia de ese nuevo Pueblo de Dios “espiritualmente semítico” en la expresión de Pío XI, está pues en la genealogía del compendio melódico gregoriano. Elocuentes testigos de ello son los vocablos y nombres hebreos incorporados a los textos gregorianos, tan propios de ellos como el mismo latín.

                                                                                    Enrique Merello-Guilleminot



(1) Son 5000 las piezas que recopiló en los 10 volúmenes de su monumental obra Hebraisch-orientalischer melodienschatz, originalmente publicada entre 1923-1932. Otros autores que trabajaron sobre estas vinculaciones fueron François-Joseph Fétis, Hubert Parry, Hugo Riemann,  y sobre todo Peter Wagner.
(2) Cf. Ef. 5,19.

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