A) APUNTES SOBRE SU VIDA
1 - DE MAESTRO RURAL A
ORGANISTA VIRTUOSO
Primogénito
de una familia de once hijos, Josef Anton Bruckner nació el 4 de
septiembre de 1824 en Ansfelden
(Alta Austria),
esto es, tres años antes de la muerte de Beethoven y cuatro de la de
Schubert, de quienes es ciertamente su heredero directo. Esta
circunstancia solo
hoy es significativa, habida cuenta que en esos
años, el destino
de Anton, parecía estar
ya escrito. En efecto, el oficio de magister
era el de su familia desde 1776, hijo y nieto de educadores, razón
por la que la escuela del pueblo era su propia casa, una casa
recostada prácticamente a la iglesia a la cual su padre también
servía como organista.
Ansfelden
hacia 1824, óleo anónimo (tomado de
https://www.musicologie.org/Biographies/b/bruckner_anton.html)
No
ha de extrañar pues que recibiera de su progenitor también llamado
Anton, sus primera formación musical ya desde su más tierna
infancia: órgano, violín e instrumentos de viento, o que ya en sus
diez años se lo
viera en el órgano de
la iglesia de Ansfelden
reemplazando
ocasionalmente a su
padre o a su
maestro Johann Baptist Weiss. De esa época data su Pange
lingua a cuatro
voces WAB 31, revisado en 1891, y
acaso también los cinco Preludios
WAB 127 y 128, que algunos autores atribuyen a su maestro.
Fallecido
su padre en
1837, la vida de Anton Bruckner cambia por completo: el
organista adolescente
se
integrará
a conjuntos instrumentales para animar fiestas, bodas o bailes
populares, pero también y sobre todo cumplirá
rigurosamente con su
función docente, lo que por entonces convenía a su proyecto de vida
de
ser
maestro "como mi padre”, como él mismo manifestaba.
Abadía
de San Florián, importante centro
cultural de deslumbrante arquitectura barroca,donde
destaca el llamado “órgano Bruckner” que el maestro utilizó por
años,y
donde descansan sus restos en la cripta (foto: internet).
Los
esfuerzos de su
madre Theresina hicieron posible la continuación de su formación
musical y humanística, al
propiciarle el ingreso al colegio y coro de la cercana Abadía de San
Florián, donde cursó primaria y fue
admitido como niño cantor. La Providencia lo hará volver allí ya
como maestro titulado en 1845 tras una experiencia docente en
Windhaag y luego Kronstorf, permaneciendo
como maestro de los Niños Cantores a
partir de
1849, y como organista interino al año siguiente. Rodeado por esa
comunidad religiosa, Bruckner permanecerá en San Florián durante
una década, cumpliendo con su función de organista y pedagogo.
Desde
luego, no se contentó con solo eso, y durante su
residencia en ese
cenobio encontró
tiempo para componer una gran cantidad de obras ya
de importante valor,
y
también para proseguir sus estudios musicales particulares, por
aquello de
“para alcanzar al águila con una flecha hay que apuntar a la
luna”. Es éste
un aspecto a remarcar en la vida del artista, quien fue un trabajador
infatigable desde edad temprana sometiéndose motu
proprio a una
rigurosa formación con maestros escogidos y
aun hasta sus treinta y
nueve años en las áreas técnicas más variadas, como
ser órgano, armonía,
canto, violín, piano, teoría, bajo cifrado, composición, canto
gregoriano, contrapunto, canon, fuga, instrumentación, forma. Entre
estos
maestros
se cuentan Johann Dürrnberger, Leopold von Zenetti o el prestigioso
Anton Kattinger, reputado
entonces como el "Beethoven del órgano", al que nuestro
autor
prodigará siempre su reconocimiento y admiración.
En
1855, tras dejar definitivamente el magisterio escolar, Bruckner
concursó en Linz para obtener el puesto de organista titular de la
catedral, cargo que obtuvo
al año
siguiente, razón por la que se instaló en esa ciudad junto a su
hermana Nanni, en
donde vivió
por espacio de doce
años. Pese
a ello,
siguieron siendo años de estudio, en
este caso a
distancia (sí: ¡Bruckner fue un precursor también del e-learning!)
con el famoso profesor Simon Sechter, con quien deseó tomar
clases
Schubert, de no haberle sorprendido la muerte.(1) De esta forma, Sechter "vino a ser pues, como el nexo vivo entre
el sublime Schubert y el futuro y gran creador sinfónico Anton
Bruckner, heredero legitimo de aquél en tantos aspectos,” en expresiones de Eduardo Storni.(2)
Concluidos
sus estudios
un lustro después,
una prueba privada integral es solicitada por nuestro artista al
Conservatorio de Música de Viena, instancia
para la cual se constituye
formalmente un tribunal examinador de personalidades presidido por su
maestro. “Él debió habernos examinado a nosotros” fue la frase
de los docentes concluida la prueba práctica que
tuvo
lugar tras
el examen teórico en la iglesia de los Piaristas, en noviembre de
1861, lo
que constituye acaso el primer gran reconocimiento público a su
genio.
Aun
así, siguió estudiando tres años más con Otto Kitzler.
Bruckner
hacia
1855
La
fama de Bruckner sobre todo como organista lo llevó poco después a
emprender tournées
fulgurantes
por
Francia, Inglaterra o
Suiza.
Por ejemplo, en 1869 se lo encontrará sentado en la tribuna de la
catedral de Notre-Dame de París interpretando frente a
personalidades como Camille
Saint-Saëns,
Cesar
Franck,
Charles
Gounod,
Ambroise
Thomas,
Daniel
Auber…
“Lo escuchamos los músicos más capacitados y fuimos sus
admiradores. Nunca se había escuchado algo así”, declaró
de su presentación Saint-Saëns.(3)
Dos años después viajó a Londres para ofrecer conciertos en el
órgano recién inaugurado del Royal Albert Hall donde asombró a
miles de personas, y
en
el Crystal Palace. Concretamente, en su penúltimo concierto fueron
cerca de 70.000 quienes
asistieron
a escuchar a ese “digno representante de la patria de Haydn y
Mozart”, como expresó entonces la prensa. Difícil imaginarse su
curiosa figura enfundada en ropas holgadas ocupando el rol de un
improbable rockstar
un siglo antes de aquellos que desde Liverpool cambiarían
definitivamente la música popular.(4) Era, de manera incontrastable, el organista "más importante de
Europa”.
Lo
cierto es que sin dar lugar a una frenética lisztomanía
tal como la que inspiró su amigo Franz Liszt,
(5) ni ser él mismo un parteaguas en la historia de la música como el
caso de su otro amigo Richard Wagner, generaba admiración como
virtuoso del órgano, veneración como docente,(6) y finalmente
la ovación
como compositor.
2
– LA
CONSAGRACIÓN DEL “TROVADOR DE DIOS”
Por
entonces, el dominio de la escritura para voces de
Anton Bruckner
ya era patente, y había recorrido diversas formas que lo ponía en
evidencia: himnos, antífonas, corales, salmos, incluyendo el
archiconocido Ave
Maria
a 7 voces en fa mayor WAB 6, el cual junto al de procedencia
“gregoriana” y al de Tomás Luis de Victoria, sin duda es de los
más acabados por su acendrada
unción marial. Y ni qué decir del gran ciclo de Misas
brucknerianas, siete en total, partiendo de las tempranas Windhaagger
Messe
WAB 25 y la Misa
coral para el Jueves Santo
(escrita en Kronstorf) WAB 9, hasta el Requiem
en re menor WAB 39, la Missa
solemnis
en sib menor WAB 29 o las Misas
Nos. 1-3 WAB 26-28 para voces y diferentes conformaciones
instrumentales, la
primera de las cuales considerada su primer gran obra maestra
estrenada triunfalmente en la catedral de Linz en 1864 bajo la
dirección de su autor.
Incluso había compuesto un delicioso Cuarteto
de
cuerdas en do menor WAB 111(7) el mismo año en que “probaba” escribir para orquesta sinfónica:
la Marcha
en re menor, las Tres
piezas orquestales
y la Obertura
en sol menor WAB 96-98, todas de 1862.
Ciertamente,
el
músico de Ansfelden
trabajaba de manera infatigable, como Bach y
como Beethoven, sacando lo mejor de sí tanto como el escultor
cincel en mano sobre la ardua piedra, y esto en medio de un
sentimiento de abandono y soledad extremos(8) que le agobiaba. En efecto, su "provincianismo", sus
modales rústicos y su aspecto poco simpático hacían de él un
personaje extravagante,(9) y consideró inclusive dejar Linz e instalarse en México, donde
reinaba por entonces Maximiliano, hermano del emperador Francisco
José. Pero más que un problema de su naturaleza, era cómo se le
veía en esa sociedad tan refinada. La realidad es que la soledad le
acompañaría hasta el final de su vida.(10)
Esa
melancolía derivó
en una
neurosis aguda
(aun
pese al suceso de su Misa
N° 1 en Viena), que
en el verano 1867 lo obligó
a
internarse en el balneario de Bad-Kreuzen por espacio de
tres meses. Restablecido, el fallecimiento de su
maestro Sechter le permitió heredar su
puesto de profesor de armonía, contrapunto y
órgano del Conservatorio de Viena que dejara vacante, gracias a la
intercesión de Johann Ritter von Herbeck, profesor de ese
Conservatorio, director de la Capilla Imperial y gran defensor de la
obra de nuestro artista. Es
en virtud de ese nombramiento y el
de organista interino de la Capilla imperial,(11) que Bruckner se instala finalmente en Viena en
1868.
Bruckner
en 1868
En
la capital imperial, la historia del artista estará fuertemente
signada por las
vicisitudes más variadas,
(12) coronadas
al fin por el
éxito
y la exultación: estrenos triunfales de sus sinfonías en toda
Europa o en Estados Unidos de América, o del Te
Deum
en do mayor WAB 45 estrenado
con
gran suceso en
Viena bajo la conducción de Hans Richter.
A
su actividad
como organista antes mencionada, la de director del Coro “Frohsinn”(13) y
mientras se enfocaba en su producción sobre todo de música
sinfónica, Bruckner retomó la labor docente, creando en 1875
una cátedra de armonía y composición en la Universidad de Viena,
que inicialmente asumió ad
honorem
y luego dos años después ya en forma asalariada, un
puesto
que habrá de ocupar hasta 1894. Esta manera de sobrellevar la vida
prefigura la forma de subsistencia de los compositores (o de los
creativos tout
court)
del siglo XX y del actual: quienes ejercen la docencia para
permitirse el “lujo” de la creación artística, en un mundo
moderno y contemporáneo cada vez más reticente a conocer (y
valorar) obras nuevas.
En su caso, y como no siempre es de orden, todo ello le valió reconocimientos en vida extraordinarios: lo atestiguan su investidura de Caballero de la Orden de Francisco José en 1886; su doctorado
honoris causa por
la Universidad de Viena en 1891;(14) la asignación por parte de una entidad privada denominada Consorcio de la Alta Austria de una dieta anual vitalicia de 400 gúldenes al año en 1890; el año
siguiente se le representó en escultura por Viktor Tilgner, al óleo
por Hermann von Kaulbach en 1885, por
Ferry
Bératon en 1890, por Anton Miksch y Josef Büche en 1893, e incluso el pintor Fritz von Uhde
le propuso incluir su rostro como el de uno de los Apóstoles en su
cuadro “La Ultima Cena” de 1886, cosa
a la
que se resistió “porque no era digno de estar sentado en compañía
de los Apóstoles”. Aun así Uhde
lo
retrató, tras tomarle algunos esbozos durante una cena, y hoy el
cuadro se exhibe en la Galería Estatal de Stuttgart. Al
fin y al cabo, era “el Trovador de Dios”, tal como lo definió
Liszt.
El
Prof. Anton Bruckner falleció en
una dependencia del Palacio de Belvedere cedida por el propio
emperador el 11 de octubre de 1896. Sus
restos mortales se
encuentran depositados en la cripta de la Abadía de San Florián
bajo “su” órgano, un lugar hoy devenido centro de peregrinación
de sus admiradores de los cuatro puntos del planeta.
Bruckner
llega al cielo (silueta de Otto Böhler, 1896)
B)
SU
LEGADO
3 – UNA OBRA MONUMENTAL
La
obra bruckneriana abarca 131 obras completas, según el catálogo
compilado por Renate Grasberger conocido justamente como
Werkverzeichnis
Anton Bruckner (WAB).
Se
organiza en
categorías: música vocal sacra y profana, instrumental sinfónica,
de cámara, para piano, órgano, e incluso agrega las obras
perdidas,(15) los bosquejos y las piezas de dudosa atribución.
Son
obras que
abarcan
prácticamente el arco de tiempo de su vida, no obstante lo cual las
que le dan mayor celebridad son aquellas producidas en sus últimos
veintitrés años. Constituyen el legado de un hombre que pareciera
haber escrito más que para su tiempo, para la eternidad. En efecto,
con justo título se le reconoce
como el último gran romántico, pero su
escrupuloso cuidado por la forma lo vincula con el clasicismo, y aun
su maestría en el contrapunto muestra su apego al barroco. Bruckner
erigía
sus catedrales musicales, las “misas sin palabras” de sus
sinfonías, bajo la óptica de un orfebre medieval.
Por
esa época, Viena era también la capital musical de Europa y
por tanto centro de debates musicales encendidos entre los defensores
de un tipo de música más orientada al formalismo académico clásico
y puro que tenía en Brahms o Schumann a sus máximos representantes
-y al combativo crítico de música E. Hanslick-,(16) y por otro lado a quienes propendían un lenguaje musical
evolucionado desarrollando precisamente el modelo clásico, pero con
recursos armónicos ampliados (un cromatismo expresivo al límite del
atonalismo), y un enriquecimiento de la paleta orquestal y la
estructura formal. En esas antípodas estaban sobre todo Wagner y
Bruckner. Este último, inmerso en las aguas del absoluto sinfonismo,
alejado de programas literarios tan en boga por el entonces (Liszt,
Berlioz, Smetana, los nacionalistas rusos…), o el teatro musical
que nunca le interesó desarrollar él mismo aunque sabía apreciar y
admirar,(17) fue parte de una dialéctica absurda, que obedecía a un juego de
intereses del que era ajeno. Y
lo que es peor: fue permeable a la incomprensión
de sus contemporáneos, la que mezquinamente se ocultaba en las
críticas
que le hacían a sus partituras.(18) Fruto de ello son las distintas versiones de sus sinfonías, que no
debieran verse como "correcciones" o "revisiones"
siguiendo los "consejos" de sus allegados, sino como
versiones originales de la misma obra, o imágenes de un mismo
paisaje desde un distinto ángulo.(19) ¿Cuántas
obras nuevas podría habernos dejado, de no haber accedido a estas "recomendaciones"? Esto ha dado lugar a lo que se dio en llamar
el “problema Bruckner”:(20) ediciones, intervenciones de los directores sobre las mismas…
Para
empezar, de las once
sinfonías de nuestro compositor, la primera, la Sinfonía en
fa menor de 1863 se la conoce como Sinfonía N.º 00 WAB 99;
la segunda, terminada en 1866 se le conoce como Sinfonía N.º
1 en do menor WAB 101. La tercera, terminada en 1869, es la Sinfonía
N.º 0 o “Nullte” en re menor WAB 100, y la cuarta concluida en
1872 se denominará Sinfonía N.º 2 en do menor WAB 102. Pero
el problema mayor pasa por las distintas versiones que hay de varias
de ellas, razón por la cual se fundó en 1929
la Sociedad Bruckner con sede en Viena, con el objeto de cumplir con
la voluntad del autor: la publicación de sus propias revisiones como
las auténticas. Los musicólogos Robert Haas en los años ‘30 y
especialmente Leopold Nowak(21),
son los responsables de las ediciones críticas que llevan sus
apellidos. Más
recientemente, fue sobre todo William Carragan
quien continuó esta ardua tarea. Asimismo, fue el primero en
intentar reconstruir el cuarto movimiento de la
Sinfonía N.º 9, de la que Bruckner dejó compuesta cerca del
75% de la partitura cuando le sorprendió la muerte. Esta empresa fue
realizada en 1983 y, siguiendo la tradición de su autor, revisada
muchas veces: en 2003, 2006, 2007, 2010 y 2017, versiones todas ellas
interpretadas por orquestas de diferentes latitudes y relevancia.(22) El
valor canónico de esta reconstrucción es lo que puede estar
-legítimamente- en tela de juicio, independientemente de las
maravillas que ese Finale
inconcluso deja traslucir.
Las
sinfonías de Bruckner y sus diferentes versiones
¿De
qué elementos
técnicos se
valió Anton Bruckner para construir el tiempo
de su música tan
frecuentemente evocado como un verdadero lugar
metafísico? Ante todo, corresponde saber que el músico de Ansfelden
no pretendió nunca ser un revolucionario de la música, lo cual
normalmente se pretende
como única vía de trascendencia en este
arte. En
ese
siglo XIX vertiginoso, de tantos cambios
dramáticos, fue más bien un evolucionista que llevó la forma y
el lenguaje musical al paroxismo, en el marco de
la tonalidad. En
su obra, el efecto y los recursos están al
servicio del mensaje, por lo que nunca buscó cautivar a su auditorio
per se. Expresa
Eugenio Trías: “Frente
a un cecilianismo de cartón piedra, o a un revival
de Palestrina característico del «historicismo de guardarropía”
denunciado por Nietzsche en la primera de sus Consideraciones
intempestivas, la
música de Bruckner supo ser, a la vez, hierática e hipermoderna.”(23)
En lo
que concierne a la forma, la estructura clásica
recibida de Beethoven y de Schubert, a la que se ciñe
escrupulosamente (cuatro movimientos con dos extremos animados, entre
los cuales un adagio y un scherzo), le incorpora elementos nuevos.
Así, en el primer movimiento, siempre en forma sonata, nuestro autor
agrega
un tercer grupo temático, el primero de los cuales generalmente
emergente
desde una "niebla musical" construida en pianissimo
sobre un trémolo de cuerda al que trata in crescendo;(24) el segundo de carácter lírico cantabile, y el tercero más
bien rítmico, configurando un triángulo temático (¿una evocación
simbólica al dogma de la Trinidad cristiana?) el
cual tras el desarrollo y la re-exposición
concluye en una coda donde participan todos ellos. Los segundos
movimientos -de
forma ternaria- son solemnes, con un clímax
expresivo o "escala celeste"(25) de gran efecto y una coda elaborada. Por su parte, los scherzos son
de gran tensión rítmica o incluso dramáticos con un final abrupto,
en
los cuales empero introduce el sabor local,
haciendo oír los ländlers austriacos en sus tríos. Finalmente, en
el cuarto movimiento vuelve a la forma sonata y crece progresivamente
en intensidad expresiva, citando a menudo los temas de otros
movimientos en una apoteosis triunfal.
En cuanto a su lenguaje, son
característicos la utilización del silencio como elemento expresivo
y organizador de su discurso musical; el llamado "ritmo de
Bruckner" de 2 + 3 ( o 3 + 2) organizador de varias de sus
obras; una fuerte presencia de los vientos sosteniendo corales de
tipo hímnico; la
construcción valiéndose de bloques sonoros
(como quien cambia de teclado y registros de un órgano), o el uso
ocasional de instrumentos no pertenecientes
a la literatura sinfónica clásica, como el
arpa o sobre todo las tubas wagnerianas.(26)
El
“ritmo de Bruckner”, presente en numerosas de sus obras, aquí
tomado del primer tema del primer movimiento de su su Sinfonía
N.° 4.
Pese a que Bruckner es conocido
mayoritariamente como un músico sinfónico, lo cierto es que más
del 70% de su catálogo
abarca
obras para voces.(27) Esto no ha de extrañarnos si se considera que nuestro artista fue
ante todo un músico “de Iglesia”, y es
sabido que en la liturgia católica romana el canto tiene su lugar
central. Más precisamente, el canto gregoriano (monódico por
definición) en la obra bruckneriana (fuertemente polifónica) se
reduce a la utilización de los
textos latinos para sus misas sinfónicas y piezas para coro, de los
modos eclesiásticos para otras, o a unas pocas armonizaciones
irrelevantes de algunas piezas de este vasto repertorio litúrgico.
Pese
a ello y tal
como en el gregoriano, en la música del maestro
hay un algo más que él buscó dejar en sus obras: “Aquel
que quiera escuchar hermosa música, encontrará en Brahms todo lo
que busque. El que quiera más que música tendrá que venir a mí”,
tal como afirmaba.
Autógrafo
de Bruckner del primer tema del primer movimiento de la Sinfonía
N.º 8 en do menor, ca.
1892 (tomado de https://www.lubranomusic.com/pages/books/39699/anton-bruckner/autograph-musical-quotation-signed-a-bruckner-from-the-dramatic-opening-theme-of-the-first )
4 – PROYECCIÓN DE BRUCKNER
A una literatura despreciable
que hace hincapié en los aspectos más pintorescos de su
personalidad, como si provenir del medio rural o ser ingenuo, tímido,
católico ferviente o físicamente poco agraciado fueran deméritos,
el músico de Ansfelden se ha posicionado sobre todo en las últimas
décadas como un autor culminante. No
es
por azar pues que un director tan reconocido
como el rumano Sergiu Celibidache haya llegado a afirmar que
“Bruckner es un milagro”,(28) o incluso a presentarlo como “el más grande sinfonista de todos
los tiempos”.(29)
El hecho que hoy se escuche y reconozca
cada vez más, en su justa dimensión y de manera menos alineada a
los prejuicios, puede dar razón
a esta apologética
entusiasta. Es su música la que se oye y
fascina, generando esa suerte de epifanía por su belleza profunda y
trascendente. En ella el autor nos habla fehacientemente de cosas
verdaderas, de espacios metafísicos a los que el auditor sensible y
cultivado difícilmente puede resistirse, a partir de un discurso
sonoro de gran amplitud.
Justamente, se ha dicho que
sus obras dan la idea de una "dilatación
infinita del espacio armónico, […] una suerte de ‘celestial
amplitud’" al decir de Trías(30),
un tiempo ensanchado como si resultara de un estado de estática
contemplación a realidades que nos trascienden. En primer lugar,
indudablemente es a él mismo que el mensaje le trascendía, de lo
que era plenamente consciente; de allí que no se amedrentara frente
a las críticas, respondiendo a ellas más bien con más trabajo: lo
que tenía para decir lo transmitía de una u otra forma, como quien
recibe una buena nueva y se ve en la necesidad de transmitirla, tal
como
el non possumus de san Juan y san Pedro.(31)
En
Bruckner todo es certidumbre. Extasiado ante un Dios de bondad, él
nos lo anuncia
y
proclama, precisamente como su personal kérygma
evangélico(32) valiéndose
de esas grandiosas construcciones invisibles a
las que Luis Ángel de Benito equipara a "paisajes infinitos",
a "universos sonoros" donde la eternidad es "dividida
en estancias", y a ciertas obras de Piranesi y sus vastas
catedrales de proporciones descomunales, a las obras de Thomas Cole
imbuidas de esa quietud sobrenatural(33) o incluso de Giovanni Pannini, evocadoras de mundos antiguos, de
edades de oro precisamente imaginadas. Para ello nuestro artista
exploraba en su mundo interior y también en el exterior, haciendo
del bosque y la naturaleza fuente de inspiración, particularmente en
su obra sinfónica, en el ambiente y en sus habitantes: el chichipan
o pájaro carbonero en la Sinfonía N.° 4, el pájaro burlón
en la Sinfonía N.° 7... Por cierto, se trata de una
sublimación de la naturaleza antes que una simple evocación, igual
que cuando recurre a las danzas de su tierra.
Bruckner, óleo de Ferry Bératon, 1890 (tomado de https://www.musicologie.org/Biographies/b/bruckner_anton.html )
En fin, su universo musical
potente y profundo se ha introducido en los medios audiovisuales como
la radio, el cine y la televisión innumerables veces. Por citar
apenas
tres ejemplos, los films “Senso”, la obra
maestra de Luchino Visconti (1954) donde resuenan pasajes de la
Sinfonía N.º 7; “Mr. Klein” de Joseph Losey (1976) que
deja oír el Locus iste; o
los compases
de la Misa N.º 2 en
mi menor en el tráiler de la
temporada 3 de la serie “The leftlovers” (2017)...(34)
Sí, último
compositor romántico y al mismo tiempo el primer moderno, a
doscientos años de
su venida a este mundo
Anton Bruckner continúa
su andadura por las salas de concierto, iglesias y más. Este año
2024 desde
Ansfelden a Wolfern (Alta
Austria),
se conmemora a lo grande
ese
bicentenario con eventos en
treinta
y cinco
lugares vinculados a su
vida y obra, concluyendo
con "Wo
ich allj-hrlich tan gern weile"
(“es
aquí
es donde me encanta pasar tiempo”),
expresión que él solía
repetir en Steyr y que da nombre a la
visita
guiada a esa ciudad, la
cual
se desarrolla
todos los miércoles por
la mañana
hasta finales de año 2025 según
consignan los medios masivos.(35)
Testimonios
en fin, que demuestran sin pausa
y sin prisa, en
el surco histórico de la eternidad que en este mundo nuestro tan
domeñado por la inmediatez y la vacuidad, "el
Trovador
de Dios" sigue
teniendo
la palabra.
Enrique
Merello-Guilleminot