El pasado 4 de septiembre se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Anton Bruckner, ese genio de la música tan extraordinario como poco conocido para el gran público latinoamericano, más allá de que justamente sea considerado una de las tres grandes “B” de la música junto a Bach y Beethoven. Conocer su obra es confirmar este aserto.
Mi primer encuentro con Anton Bruckner – y lo digo así, en carácter personal, tal fue el impacto emocional en mis cortos dieciocho años- fue en el otoño de 1980. Ese día, la Orquesta Sinfónica del SODRE estrenaba en Montevideo (Uruguay) su Sinfonía N.º 9 seguida del Te Deum, bajo la dirección del maestro David Machado y, lo reconozco, habiendo transcurrido tanto tiempo desde entonces, conservo vívida la impresión que me causaron esas dos obras maestras ejecutadas una tras de la otra, tal como era el deseo de su autor. Un deslumbramiento que me llevó a adentrarme poco a poco en la totalidad de su obra y a conocer al curioso personaje que hay detrás, mezcla de abuelito entrañable venido del medio rural, y de erudito universitario y consumado artista imbuido de un misticismo propio de otros siglos, cuando la fe cristiana era la manera lisa y llana de vivir la vida. Tiempo después constaté que esta clase de experiencias suerte de deslumbramiento o incluso de verdadera revelación, es un fenómeno común entre quienes abordan por primera vez los universos sonoros brucknerianos.
Bruckner dirigiendo, silueta de Otto Böhler, ca. 1890-1895, Biblioteca Nacional de Austria (tomado de https://www.mundoclasico.com/articulo/41776/Anton-Bruckner-Der-fromme-Revolution%C3%A4r# )
A) APUNTES SOBRE SU VIDA
1 - DE MAESTRO RURAL A ORGANISTA VIRTUOSO
No ha de extrañar pues que recibiera de su progenitor también llamado Anton, sus primera formación musical ya desde su más tierna infancia: órgano, violín e instrumentos de viento, o que ya en sus diez años se lo viera en el órgano de la iglesia de Ansfelden reemplazando ocasionalmente a su padre o a su maestro Johann Baptist Weiss. De esa época data su Pange lingua a cuatro voces WAB 31, revisado en 1891, y acaso también los cinco Preludios WAB 127 y 128, que algunos autores atribuyen a su maestro.
Fallecido su padre en 1837, la vida de Anton Bruckner cambia por completo: el organista adolescente se integrará a conjuntos instrumentales para animar fiestas, bodas o bailes populares, pero también y sobre todo cumplirá rigurosamente con su función docente, lo que por entonces convenía a su proyecto de vida de ser maestro "como mi padre”, como él mismo manifestaba.
Los esfuerzos de su madre Theresina hicieron posible la continuación de su formación musical y humanística, al propiciarle el ingreso al colegio y coro de la cercana Abadía de San Florián, donde cursó primaria y fue admitido como niño cantor. La Providencia lo hará volver allí ya como maestro titulado en 1845 tras una experiencia docente en Windhaag y luego Kronstorf, permaneciendo como maestro de los Niños Cantores a partir de 1849, y como organista interino al año siguiente. Rodeado por esa comunidad religiosa, Bruckner permanecerá en San Florián durante una década, cumpliendo con su función de organista y pedagogo.
Desde luego, no se contentó con solo eso, y durante su residencia en ese cenobio encontró tiempo para componer una gran cantidad de obras ya de importante valor, y también para proseguir sus estudios musicales particulares, por aquello de “para alcanzar al águila con una flecha hay que apuntar a la luna”. Es éste un aspecto a remarcar en la vida del artista, quien fue un trabajador infatigable desde edad temprana sometiéndose motu proprio a una rigurosa formación con maestros escogidos y aun hasta sus treinta y nueve años en las áreas técnicas más variadas, como ser órgano, armonía, canto, violín, piano, teoría, bajo cifrado, composición, canto gregoriano, contrapunto, canon, fuga, instrumentación, forma. Entre estos maestros se cuentan Johann Dürrnberger, Leopold von Zenetti o el prestigioso Anton Kattinger, reputado entonces como el "Beethoven del órgano", al que nuestro autor prodigará siempre su reconocimiento y admiración.
En 1855, tras dejar definitivamente el magisterio escolar, Bruckner concursó en Linz para obtener el puesto de organista titular de la catedral, cargo que obtuvo al año siguiente, razón por la que se instaló en esa ciudad junto a su hermana Nanni, en donde vivió por espacio de doce años. Pese a ello, siguieron siendo años de estudio, en este caso a distancia (sí: ¡Bruckner fue un precursor también del e-learning!) con el famoso profesor Simon Sechter, con quien deseó tomar clases Schubert, de no haberle sorprendido la muerte.1 De esta forma, Sechter "vino a ser pues, como el nexo vivo entre el sublime Schubert y el futuro y gran creador sinfónico Anton Bruckner, heredero legitimo de aquél en tantos aspectos,” en expresiones de Eduardo Storni.2
Concluidos sus estudios un lustro después, una prueba privada integral es solicitada por nuestro artista al Conservatorio de Música de Viena, instancia para la cual se constituye formalmente un tribunal examinador de personalidades presidido por su maestro. “Él debió habernos examinado a nosotros” fue la frase de los docentes concluida la prueba práctica que tuvo lugar tras el examen teórico en la iglesia de los Piaristas, en noviembre de 1861, lo que constituye acaso el primer gran reconocimiento público a su genio. Aun así, siguió estudiando tres años más con Otto Kitzler.
La fama de Bruckner sobre todo como organista lo llevó poco después a emprender tournées fulgurantes por Francia, Inglaterra o Suiza. Por ejemplo, en 1869 se lo encontrará sentado en la tribuna de la catedral de Notre-Dame de París interpretando frente a personalidades como Camille Saint-Saëns, Cesar Franck, Charles Gounod, Ambroise Thomas, Daniel Auber… “Lo escuchamos los músicos más capacitados y fuimos sus admiradores. Nunca se había escuchado algo así”, declaró de su presentación Saint-Saëns.3 Dos años después viajó a Londres para ofrecer conciertos en el órgano recién inaugurado del Royal Albert Hall donde asombró a miles de personas, y en el Crystal Palace. Concretamente, en su penúltimo concierto fueron cerca de 70.000 quienes asistieron a escuchar a ese “digno representante de la patria de Haydn y Mozart”, como expresó entonces la prensa. Difícil imaginarse su curiosa figura enfundada en ropas holgadas ocupando el rol de un improbable rockstar un siglo antes de aquellos que desde Liverpool cambiarían definitivamente la música popular.4 Era, de manera incontrastable, el organista "más importante de Europa”.
Lo cierto es que sin dar lugar a una frenética lisztomanía tal como la que inspiró su amigo Franz Liszt,5 ni ser él mismo un parteaguas en la historia de la música como el caso de su otro amigo Richard Wagner, generaba admiración como virtuoso del órgano, veneración como docente,6 y finalmente la ovación como compositor.
Por entonces, el dominio de la escritura para voces de Anton Bruckner ya era patente, y había recorrido diversas formas que lo ponía en evidencia: himnos, antífonas, corales, salmos, incluyendo el archiconocido Ave Maria a 7 voces en fa mayor WAB 6, el cual junto al de procedencia “gregoriana” y al de Tomás Luis de Victoria, sin duda es de los más acabados por su acendrada unción marial. Y ni qué decir del gran ciclo de Misas brucknerianas, siete en total, partiendo de las tempranas Windhaagger Messe WAB 25 y la Misa coral para el Jueves Santo (escrita en Kronstorf) WAB 9, hasta el Requiem en re menor WAB 39, la Missa solemnis en sib menor WAB 29 o las Misas Nos. 1-3 WAB 26-28 para voces y diferentes conformaciones instrumentales, la primera de las cuales considerada su primer gran obra maestra estrenada triunfalmente en la catedral de Linz en 1864 bajo la dirección de su autor. Incluso había compuesto un delicioso Cuarteto de cuerdas en do menor WAB 1117 el mismo año en que “probaba” escribir para orquesta sinfónica: la Marcha en re menor, las Tres piezas orquestales y la Obertura en sol menor WAB 96-98, todas de 1862.
Ciertamente, el músico de Ansfelden trabajaba de manera infatigable, como Bach y como Beethoven, sacando lo mejor de sí tanto como el escultor cincel en mano sobre la ardua piedra, y esto en medio de un sentimiento de abandono y soledad extremos8 que le agobiaba. En efecto, su "provincianismo", sus modales rústicos y su aspecto poco simpático hacían de él un personaje extravagante,9 y consideró inclusive dejar Linz e instalarse en México, donde reinaba por entonces Maximiliano, hermano del emperador Francisco José. Pero más que un problema de su naturaleza, era cómo se le veía en esa sociedad tan refinada. La realidad es que la soledad le acompañaría hasta el final de su vida.10
Esa melancolía derivó en una neurosis aguda (aun pese al suceso de su Misa N° 1 en Viena), que en el verano 1867 lo obligó a internarse en el balneario de Bad-Kreuzen por espacio de tres meses. Restablecido, el fallecimiento de su maestro Sechter le permitió heredar su puesto de profesor de armonía, contrapunto y órgano del Conservatorio de Viena que dejara vacante, gracias a la intercesión de Johann Ritter von Herbeck, profesor de ese Conservatorio, director de la Capilla Imperial y gran defensor de la obra de nuestro artista. Es en virtud de ese nombramiento y el de organista interino de la Capilla imperial,11 que Bruckner se instala finalmente en Viena en 1868.
En la capital imperial, la historia del artista estará fuertemente signada por las vicisitudes más variadas,12 coronadas al fin por el éxito y la exultación: estrenos triunfales de sus sinfonías en toda Europa o en Estados Unidos de América, o del Te Deum en do mayor WAB 45 estrenado con gran suceso en Viena bajo la conducción de Hans Richter.
A su actividad como organista antes mencionada, la de director del Coro “Frohsinn”13 y mientras se enfocaba en su producción sobre todo de música sinfónica, Bruckner retomó la labor docente, creando en 1875 una cátedra de armonía y composición en la Universidad de Viena, que inicialmente asumió ad honorem y luego dos años después ya en forma asalariada, un puesto que habrá de ocupar hasta 1894. Esta manera de sobrellevar la vida prefigura la forma de subsistencia de los compositores (o de los creativos tout court) del siglo XX y del actual: quienes ejercen la docencia para permitirse el “lujo” de la creación artística, en un mundo moderno y contemporáneo cada vez más reticente a conocer (y valorar) obras nuevas.
En su caso, y como no siempre es de orden, todo ello le valió reconocimientos en vida extraordinarios: lo atestiguan su investidura de Caballero de la Orden de Francisco José en 1886; su doctorado honoris causa por la Universidad de Viena en 1891;14 la asignación por parte de una entidad privada denominada Consorcio de la Alta Austria de una dieta anual vitalicia de 400 gúldenes al año en 1890; el año siguiente se le representó en escultura por Viktor Tilgner, al óleo por Hermann von Kaulbach en 1885, por Ferry Bératon en 1890, por Anton Miksch y Josef Büche en 1893, e incluso el pintor Fritz von Uhde le propuso incluir su rostro como el de uno de los Apóstoles en su cuadro “La Ultima Cena” de 1886, cosa a la que se resistió “porque no era digno de estar sentado en compañía de los Apóstoles”. Aun así Uhde lo retrató, tras tomarle algunos esbozos durante una cena, y hoy el cuadro se exhibe en la Galería Estatal de Stuttgart. Al fin y al cabo, era “el Trovador de Dios”, tal como lo definió Liszt.
El Prof. Anton Bruckner falleció en una dependencia del Palacio de Belvedere cedida por el propio emperador el 11 de octubre de 1896. Sus restos mortales se encuentran depositados en la cripta de la Abadía de San Florián bajo “su” órgano, un lugar hoy devenido centro de peregrinación de sus admiradores de los cuatro puntos del planeta.
B) SU LEGADO
3 – UNA OBRA MONUMENTAL
La obra bruckneriana abarca 131 obras completas, según el catálogo compilado por Renate Grasberger conocido justamente como Werkverzeichnis Anton Bruckner (WAB). Se organiza en categorías: música vocal sacra y profana, instrumental sinfónica, de cámara, para piano, órgano, e incluso agrega las obras perdidas,15 los bosquejos y las piezas de dudosa atribución.
Son obras que abarcan prácticamente el arco de tiempo de su vida, no obstante lo cual las que le dan mayor celebridad son aquellas producidas en sus últimos veintitrés años. Constituyen el legado de un hombre que pareciera haber escrito más que para su tiempo, para la eternidad. En efecto, con justo título se le reconoce como el último gran romántico, pero su escrupuloso cuidado por la forma lo vincula con el clasicismo, y aun su maestría en el contrapunto muestra su apego al barroco. Bruckner erigía sus catedrales musicales, las “misas sin palabras” de sus sinfonías, bajo la óptica de un orfebre medieval.
Por esa época, Viena era también la capital musical de Europa y por tanto centro de debates musicales encendidos entre los defensores de un tipo de música más orientada al formalismo académico clásico y puro que tenía en Brahms o Schumann a sus máximos representantes -y al combativo crítico de música E. Hanslick-,16 y por otro lado a quienes propendían un lenguaje musical evolucionado desarrollando precisamente el modelo clásico, pero con recursos armónicos ampliados (un cromatismo expresivo al límite del atonalismo), y un enriquecimiento de la paleta orquestal y la estructura formal. En esas antípodas estaban sobre todo Wagner y Bruckner. Este último, inmerso en las aguas del absoluto sinfonismo, alejado de programas literarios tan en boga por el entonces (Liszt, Berlioz, Smetana, los nacionalistas rusos…), o el teatro musical que nunca le interesó desarrollar él mismo aunque sabía apreciar y admirar,17 fue parte de una dialéctica absurda, que obedecía a un juego de intereses del que era ajeno. Y lo que es peor: fue permeable a la incomprensión de sus contemporáneos, la que mezquinamente se ocultaba en las críticas que le hacían a sus partituras.18 Fruto de ello son las distintas versiones de sus sinfonías, que no debieran verse como "correcciones" o "revisiones" siguiendo los "consejos" de sus allegados, sino como versiones originales de la misma obra, o imágenes de un mismo paisaje desde un distinto ángulo.19¿Cuántas obras nuevas podría habernos dejado, de no haber accedido a estas "recomendaciones"? Esto ha dado lugar a lo que se dio en llamar el “problema Bruckner”:20 ediciones, intervenciones de los directores sobre las mismas…
Para empezar, de las once sinfonías de nuestro compositor, la primera, la Sinfonía en fa menor de 1863 se la conoce como Sinfonía N.º 00 WAB 99; la segunda, terminada en 1866 se le conoce como Sinfonía N.º 1 en do menor WAB 101. La tercera, terminada en 1869, es la Sinfonía N.º 0 o “Nullte” en re menor WAB 100, y la cuarta concluida en 1872 se denominará Sinfonía N.º 2 en do menor WAB 102. Pero el problema mayor pasa por las distintas versiones que hay de varias de ellas, razón por la cual se fundó en 1929 la Sociedad Bruckner con sede en Viena, con el objeto de cumplir con la voluntad del autor: la publicación de sus propias revisiones como las auténticas. Los musicólogos Robert Haas en los años ‘30 y especialmente Leopold Nowak21, son los responsables de las ediciones críticas que llevan sus apellidos. Más recientemente, fue sobre todo William Carragan quien continuó esta ardua tarea. Asimismo, fue el primero en intentar reconstruir el cuarto movimiento de la Sinfonía N.º 9, de la que Bruckner dejó compuesta cerca del 75% de la partitura cuando le sorprendió la muerte. Esta empresa fue realizada en 1983 y, siguiendo la tradición de su autor, revisada muchas veces: en 2003, 2006, 2007, 2010 y 2017, versiones todas ellas interpretadas por orquestas de diferentes latitudes y relevancia.22 El valor canónico de esta reconstrucción es lo que puede estar -legítimamente- en tela de juicio, independientemente de las maravillas que ese Finale inconcluso deja traslucir.
¿De qué elementos técnicos se valió Anton Bruckner para construir el tiempo de su música tan frecuentemente evocado como un verdadero lugar metafísico? Ante todo, corresponde saber que el músico de Ansfelden no pretendió nunca ser un revolucionario de la música, lo cual normalmente se pretende como única vía de trascendencia en este arte. En ese siglo XIX vertiginoso, de tantos cambios dramáticos, fue más bien un evolucionista que llevó la forma y el lenguaje musical al paroxismo, en el marco de la tonalidad. En su obra, el efecto y los recursos están al servicio del mensaje, por lo que nunca buscó cautivar a su auditorio per se. Expresa Eugenio Trías: “Frente a un cecilianismo de cartón piedra, o a un revival de Palestrina característico del «historicismo de guardarropía” denunciado por Nietzsche en la primera de sus Consideraciones intempestivas, la música de Bruckner supo ser, a la vez, hierática e hipermoderna.”23
En lo que concierne a la forma, la estructura clásica recibida de Beethoven y de Schubert, a la que se ciñe escrupulosamente (cuatro movimientos con dos extremos animados, entre los cuales un adagio y un scherzo), le incorpora elementos nuevos. Así, en el primer movimiento, siempre en forma sonata, nuestro autor agrega un tercer grupo temático, el primero de los cuales generalmente emergente desde una "niebla musical" construida en pianissimo sobre un trémolo de cuerda al que trata in crescendo;24 el segundo de carácter lírico cantabile, y el tercero más bien rítmico, configurando un triángulo temático (¿una evocación simbólica al dogma de la Trinidad cristiana?) el cual tras el desarrollo y la re-exposición concluye en una coda donde participan todos ellos. Los segundos movimientos -de forma ternaria- son solemnes, con un clímax expresivo o "escala celeste"25 de gran efecto y una coda elaborada. Por su parte, los scherzos son de gran tensión rítmica o incluso dramáticos con un final abrupto, en los cuales empero introduce el sabor local, haciendo oír los ländlers austriacos en sus tríos. Finalmente, en el cuarto movimiento vuelve a la forma sonata y crece progresivamente en intensidad expresiva, citando a menudo los temas de otros movimientos en una apoteosis triunfal.
En cuanto a su lenguaje, son característicos la utilización del silencio como elemento expresivo y organizador de su discurso musical; el llamado "ritmo de Bruckner" de 2 + 3 ( o 3 + 2) organizador de varias de sus obras; una fuerte presencia de los vientos sosteniendo corales de tipo hímnico; la construcción valiéndose de bloques sonoros (como quien cambia de teclado y registros de un órgano), o el uso ocasional de instrumentos no pertenecientes a la literatura sinfónica clásica, como el arpa o sobre todo las tubas wagnerianas.26
A una literatura despreciable que hace hincapié en los aspectos más pintorescos de su personalidad, como si provenir del medio rural o ser ingenuo, tímido, católico ferviente o físicamente poco agraciado fueran deméritos, el músico de Ansfelden se ha posicionado sobre todo en las últimas décadas como un autor culminante. No es por azar pues que un director tan reconocido como el rumano Sergiu Celibidache haya llegado a afirmar que “Bruckner es un milagro”,28 o incluso a presentarlo como “el más grande sinfonista de todos los tiempos”.29 El hecho que hoy se escuche y reconozca cada vez más, en su justa dimensión y de manera menos alineada a los prejuicios, puede dar razón a esta apologética entusiasta. Es su música la que se oye y fascina, generando esa suerte de epifanía por su belleza profunda y trascendente. En ella el autor nos habla fehacientemente de cosas verdaderas, de espacios metafísicos a los que el auditor sensible y cultivado difícilmente puede resistirse, a partir de un discurso sonoro de gran amplitud.
Justamente, se ha dicho que sus obras dan la idea de una "dilatación infinita del espacio armónico, […] una suerte de ‘celestial amplitud’" al decir de Trías30, un tiempo ensanchado como si resultara de un estado de estática contemplación a realidades que nos trascienden. En primer lugar, indudablemente es a él mismo que el mensaje le trascendía, de lo que era plenamente consciente; de allí que no se amedrentara frente a las críticas, respondiendo a ellas más bien con más trabajo: lo que tenía para decir lo transmitía de una u otra forma, como quien recibe una buena nueva y se ve en la necesidad de transmitirla, tal como el non possumus de san Juan y san Pedro.31
En Bruckner todo es certidumbre. Extasiado ante un Dios de bondad, él nos lo anuncia y proclama, precisamente como su personal kérygma evangélico32 valiéndose de esas grandiosas construcciones invisibles a las que Luis Ángel de Benito equipara a "paisajes infinitos", a "universos sonoros" donde la eternidad es "dividida en estancias", y a ciertas obras de Piranesi y sus vastas catedrales de proporciones descomunales, a las obras de Thomas Cole imbuidas de esa quietud sobrenatural33 o incluso de Giovanni Pannini, evocadoras de mundos antiguos, de edades de oro precisamente imaginadas. Para ello nuestro artista exploraba en su mundo interior y también en el exterior, haciendo del bosque y la naturaleza fuente de inspiración, particularmente en su obra sinfónica, en el ambiente y en sus habitantes: el chichipan o pájaro carbonero en la Sinfonía N.° 4, el pájaro burlón en la Sinfonía N.° 7... Por cierto, se trata de una sublimación de la naturaleza antes que una simple evocación, igual que cuando recurre a las danzas de su tierra.
En fin, su universo musical potente y profundo se ha introducido en los medios audiovisuales como la radio, el cine y la televisión innumerables veces. Por citar apenas tres ejemplos, los films “Senso”, la obra maestra de Luchino Visconti (1954) donde resuenan pasajes de la Sinfonía N.º 7; “Mr. Klein” de Joseph Losey (1976) que deja oír el Locus iste; o los compases de la Misa N.º 2 en mi menor en el tráiler de la temporada 3 de la serie “The leftlovers” (2017)...34
Sí, último compositor romántico y al mismo tiempo el primer moderno, a doscientos años de su venida a este mundo Anton Bruckner continúa su andadura por las salas de concierto, iglesias y más. Este año 2024 desde Ansfelden a Wolfern (Alta Austria), se conmemora a lo grande ese bicentenario con eventos en treinta y cinco lugares vinculados a su vida y obra, concluyendo con "Wo ich allj-hrlich tan gern weile" (“es aquí es donde me encanta pasar tiempo”), expresión que él solía repetir en Steyr y que da nombre a la visita guiada a esa ciudad, la cual se desarrolla todos los miércoles por la mañana hasta finales de año 2025 según consignan los medios masivos.35
Testimonios en fin, que demuestran sin pausa y sin prisa, en el surco histórico de la eternidad que en este mundo nuestro tan domeñado por la inmediatez y la vacuidad, "el Trovador de Dios" sigue teniendo la palabra.
Enrique Merello-Guilleminot