domingo, 11 de mayo de 2014

El lugar del gregoriano

El primer elemento de dificultad que se le presenta a quien desea iniciarse en el estudio de la disciplina gregoriana, es saber dónde se le encuentra: conocer los libros a donde recurrir, y encontrarle restituido de una manera que resulte hoy satisfactoria.

Un libro llamado a tener difusión mundial como emblemático del gregoriano restaurado, se hacía público en 1896: el Paroissien Romain, más conocido en posteriores ediciones en lengua latina bajo el título Liber Usualis missae et officii. La obra  presentaba los textos y piezas a utilizar en las misas y oficios de todos los domingos y fiestas principales del año litúrgico, un compendio valioso en un tiempo en el  que el gregoriano pugnaba entre la autenticidad y la canonicidad (las ediciones benedictinas y la Neo-Medicaea), y el conocimiento de esta enorme colección de melodías era limitado. No obstante, el material del Liber Usualis era heterogéneo, y no todo proveniente del fondo melódico más antiguo.

Acotado en más de 700 piezas del proprium missae, el centenar del ordinarium, las millares de antífonas y responsorios del oficio, los más de 400 himnos, aparte de las  5700 secuencias y los varios centenares de tropos, el catálogo gregoriano constituye el resultado de una normalización no tanto restrictiva como preceptiva, que presenta a quien le interesa un tipo de repertorio religioso vocal considerado único en su género. En efecto, no nacido  “para la oración, sino de la oración” como observaba Jean Jeanneteau (1),  la proclamación del texto bíblico es consubstancial a la melodía gregoriana, como entidad inseparable, no sometida el uno a la otra, sino en íntima relación. Verdadera “palabra cantada”, el texto está en su misma génesis (2), aspecto éste diferencial de las experiencias musicales posteriores en materia de música eclesiástica, sean o no monumentales, como la Misa en si de Bach, las misas de Mozart, Beethoven o Bruckner.

UN GENERO QUE ENTRAÑA UN ESTILO

La búsqueda del canto gregoriano entraña pues la localización de un entorno geográfico, una ubicación temporal, y sobre de todo una tradición viva. Integrada a ese corpus sistematizado, el más antiguo de Occidente, vinculada inexorablemente a una fuente paleográfica, no toda lectura de tetragrama y neumas es entonces lectura gregoriana: ni el O filii et filiae, ni las misas de Henri Dumont o mucho menos el Adeste fideles, todo lo que se podía encontrar en las páginas del Liber usualis.


Editio princeps del Liber Usualis. La obra cobró inesperada vigencia desde que se dispuso en 2007que la liturgia dicha pre-conciliar o tridentina se transformara en el Rito Extraordinario de la Iglesia católica, bajo Benedicto XVI.

¿Cuáles son las fuentes bibliográficas que nos aportan entonces el gregoriano auténtico? Las que contemplan los estudios paleográficos y semiológicos llevados a cabo directamente sobre los manuscritos, y adecuados a las reformas litúrgicas emprendidas a partir del Vaticano II, tanto de la misa como el del oficio divino. Pero aún estas ediciones en incluyen por razón de una tradición nada desdeñable, piezas que la práctica incorporó al uso, como el caso de la Missa VIII de Angelis, el Adoro te devote o las antífonas marianas en tono simple, un tipo de material que algunos llaman pseudo-gregoriano, y nosotros convenimos en llamar neo-gregoriano. El discernimiento de éstas es el fruto del estudio en profundidad de dichas ediciones, lo que presentan y su soporte teórico, lo que habrá de hacerse con el espíritu objetivo del investigador y la serena certidumbre de que en la disciplina gregoriana, la ciencia antecede al arte, cuando el neuma se hace gesto, y el gesto melodía.

                                                             Enrique MERELLO-GUILLEMINOT 


(1) Citado en Gregoriana, N°especial 1994, p. 1, editada por “Les Amis du Choeur grégorien de Paris”, 1994.
(2) Cf. CARDINE, Eugène: Primo anno di canto gregoriano, Cap. III (PIMS, Roma, 1970).