miércoles, 16 de mayo de 2012

La larga marcha de una restauración musical

Una colección melódica tan singular como el gregoriano no se arranca de los viejos códices de manera sencilla, ni es obra de un día. Resistencias y dificultades  jalonan su proceso histórico sesquicentenario.

Cuando en 1974 Benoît Neiss de la Universidad de Estrasburgo afirmó que  el canto gregoriano era en su país como “una magnífica catedral en ruinas”, la comparación resultaba autoexplicativa, y aplicable en verdad al resto de Occidente. Sin duda que el aspecto hierático de esos restos pétreos localizables en ciertos lugares de Europa,  evoca épocas remotas y objetivos trascendentes al hombre como los de esta colección de melodías, y la situación en que se encontraban no tanto los trabajos para su restauración, en base a los avances científicos en la disciplina gregoriana, como su praxis.

Hoy la  sobredicha “catedral” dista de ser ruinosa, y los progresos  posibilitan cantar o escuchar gregoriano en una iglesia, en un disco laser, u oírlo en la espontánea expresión de alabanza de una comunidad contemplativa, y todo esto con una creciente aproximación a los datos que aportan los documentos. El  producto no es tanto de un Viollet-le-Duc (1) de la música, como a decenas de  investigadores de distintas disciplinas, nacionalidades y épocas que se han ido adentrando en este océano de dificultades con las herramientas disponibles en el lugar y el momento, y conscientes de la importancia de la empresa y de que ésta no iba a encontrar probablemente su fin.

   Los neumas en nuestros labios son las "piedras" que habrán de restaurar en plenitud
la inmensa catedral invisible que es el canto gregoriano.

¿Cuál es el punto de partida de esta restauración gregoriana? Parece claro que de elegirse uno, tal vez debiera ser el año 1833, cuando dom Guéranger se instala en Solesmes -en lo que quedaba de Solesmes- a fin de restablecer la vida monástica en ese cenobio de historia y edificios venidos del románico. Es sabida   la relación estrecha que el mismo tiene con este proceso, y la importancia de este monje benedictino, por esto mismo ubicado en la vanguardia del movimiento litúrgico y monástico del siglo XIX.

MUCHOS NOMBRES, LIBROS Y   LOGROS

La obra de dom Guéranger en los albores de esta restauración se ubica en el trabajo previo; en la restauración del texto antes que la melodía, a partir de un latín restituido en su pronunciación tradicional (la romana), en su acentuación y fraseo. Esta importancia primaria del texto es fundamental y la base de toda ejecución acabada. Solo así se puede explicar que, cuando en 1859 el canónico A. Gontier publica su Méthode raisonnée de plain-chant, con prologo del propio Guéranger, ya se tuviera la certidumbre de que “el canto gregoriano consiste en una lectura inteligente, con un exacto sentido de la acentuación articulación y fraseo”,(2) como puede leerse en su obra. En sus principios prácticos trabajó dom P. Jausions luego, encomendado por su abad, a fin de preparar las ediciones de los libros de canto, empresa que compartió con dom J. Pothier.

La “ciencia del texto” que abarcó dom  Pothier sobre estos principios, en la búsqueda del ritmo oratorio, precedió naturalmente “la ciencia de la melodía” que en dom Mocquereau, encontró su nombre más preclaro. Fue él quien emprendió hacia 1889 la publicación sistemática de los más importantes documentos gregorianos comentados y analizados en su monumental Paléographie musicale, gracias al avance de la técnica fotográfica, a la  recuperación y conservación de importantes fuentes manuscritas, y sobre todo al interés musicológico y estético por un tipo de cantilación que en su forma propia había sido desplazada por otros géneros musicales.

La recuperación melódica, la recuperación rítmica, la recuperación modal y formal, y las pautas interpretativas resultantes, signan un arco de tiempo de más de un siglo y medio, en medio del cual la pugna entre las ediciones “autenticadas” por una tradición que se remonta al Concilio de Trento (la neo-medicea), y las benedictinas basadas en el estudio directo de los manuscritos, fue motivo a debates, marchas y contramarchas. Un proceso que, providencialmente, otro nombre de la restauración gregoriana como el cardenal Giuseppe Sarto, a poco de asumir la Silla de S. Pedro con el nombre de Pío X, clausuró al hacer pública  su encíclica Motu proprio (22 de noviembre de 1903). Se trata de un verdadero código jurídico de la música religiosa católica, pero también de la oficialización del apoyo a los estudios de las fuentes y sus ediciones resultantes, ya anticipado por León XIII unos años antes. Fruto de ello es la Vaticana hoy en uso, cuyas más importantes ediciones vieron la luz entre 1905 y 1912.

La historia posterior es más reciente, y la ciencia del signo que expandió dom Eugène Cardine desde su cátedra del Pontificio Istituto di Musica Sacra en Roma y en sus libros y publicaciones sobre la disciplina semiológica hace una treintena de años, ha permitido ediciones más precisas y fieles a los registros notados, y a la mente de sus creadores anónimos.
                    
Enrique MERELLO-GUILLEMINOT

(1) Eugène VIOLLET-LE-DUC (1814-1879), arquitecto francés, fue el responsable de la restauración de numerosas catedrales, entre ellas la de Notre-Dame de París.
(2) Citado por dom Jean CLAIRE: Cent cinquante ans de restauration grégorienne à Solesmes: des hommes, des idées, des livres (trad. Guido MILANESE, “Bolettino de la Associazione Internazionale Studi di Canto gregoriano”, XV, 1990, p. 5)