miércoles, 21 de septiembre de 2011

El canto gregoriano en los tiempos actuales

¡Cantad al Señor un cántico nuevo! (Sal. 149,1) dice el salmista lleno de entusiasmo al final del salterio. Es el llamado del Señor, exhortación y a la vez casi un mandamiento a la alegría, a la alabanza y hasta al arte sacro, que es el arte verdadero, pues recreando la belleza se está más cerca de la Belleza misma.

Hace 22 años  vivía en una parroquia encomendada a sacerdotes palotinos, en Montevideo, Capital del Uruguay. Acababa de terminar mis primeros estudios de canto gregoriano con Eugenio Garateguy, exalumno de la prestigiosa Escuela de Música Sacra de Ratisbona. Mi proyecto era organizar una coral para que el Prof. Garateguy hiciera revivir bajo las bóvedas de la iglesia parroquial el canto gregoriano, y yo mismo pudiera integrarme a esa coral. Cabe consignar que en esa época no había en Montevideo ninguna parroquia donde se pudiese cantar las misas valiéndose de este repertorio sagrado.

El proyecto finalmente prosperó y pronto el Coro “San Gregorio Magno” comenzó a realizar su servicio litúrgico, cuando una tarde, tras un ensayo, un joven que lo escuchaba con atención se aproxima a mí y me efectuó una pregunta sorprendente: “¿es ud. lefebvrista? Es una anécdota que pinta con trazo certero la idea aún anclada en el sentir de muchos del “espíritu gregoriano” en medio de esta llamada postmodernidad. Para ellos, este repertorio musical venido de los siglos es un género musical que es necesario, si no suprimir, guardar piadosamente en un cajón como quien guarda una reliquia o las joyas de la abuela.

¿Cómo hacer para cambiar este prejuicio? ¿Cómo hacer para que este canto antiguo se transforme hoy en el “cántico nuevo” del salmista? Ciertamente se trata un canto recibido, un canto tradicional (tradición viene justamente del latín tradere: aquello que se recibe), pero no por ello debiera mirársele con recelo; antes bien es parte inapreciable de nuestro patrimonio de fe, tal como reconocía el Vaticano II. Pues además, bien que sea datado en una época pretérita -unos 1200 años para atrás- se trata de un repertorio engarzado en la liturgia romana, en la actual liturgia romana, lo que el Papa no ha dejado recientemente recordarnos una y otra vez.

Un clásico latino se lamentaba que a menudo la opinión tiene más fuerza que la verdad. Precisamente, ese es el problema: imponer la verdad que “no cura, sino que salva” como decía el Dr. Alfred Tomatis en relación al gregoriano, para que éste sea un canto que lejos de evocarnos un pasado más o menos idílico, sea un lenguaje del presente, útil ahora, en esta época compleja, cada vez más necesitada de la simplicidad y de la belleza de la fe, para mejor comprender el misterio de Dios y de su Iglesia.

LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD EN LA DIVERSIDAD


Instrumentos tradicionales
durante una misa en Port-Gentil, Gabón (foto: EMG)

La música sacra está fuertemente ligada al momento histórico y a la cultura de cada pueblo. En Montevideo, en París o en muchas otras ciudades del planeta, se puede participar de misas cantadas con gregoriano, algunas acompañadas por el órgano y también por guitarras, lo que suele ser la norma. Así, el movimiento de “rock católico”  reúne en torno al altar a jóvenes con guitarras eléctricas, bajo y batería. Es el caso de Hallel – sonido y vida  de Brasil, que  convoca a millares de jóvenes, desde hace ya 20 años. En el Gabón, en ocasión de una misión docente cumplida en nombre del Coro Gregoriano de Paris, me encontré con comunidades numerosas que cantaban gozosamente a Dios valiéndose de teclados eléctricos y de djembés –el tambor africano. Sin ninguna clase de conflicto, estas comunidades mezclaban melodías  cantadas en francés con otras en latín, o hasta en myené o en fang –sus lenguas vernáculas. La música llena de colorido de nuestros pueblos latinoamericanos constituye otra forma de alabar al Señor magnífica, espontánea, vibrante. No más escuchar la  Misa Criolla de Ariel Ramírez, respetuosa de la forma tradicional latina con su kyrie, gloria, credo, sanctus, agnus Dei… Sí: desde siempre la Iglesia ha animado a practicar la música popular y folklórica porque éstas están fuertemente asentadas en la tradición de los pueblos. Es también el espíritu del Vaticano II (1). Nadie por tanto debiera asumir el papel de Carlomagno, queriendo imponer un repertorio sobre otro. Lo que se debe evitar es introducir en la liturgia “géneros musicales que no son respetuosos del sentido de la liturgia.”(2)Puede ser que la juventud tenga necesidad de echar mano a esa clase de manifestaciones musicales, más próximas al ritmo que a la melodía, lo que se explica por su edad y por la fuerte presión de la sociedad de consumo.


Al ritmo de la música pop, tienen las celebraciones 
multitudinarias de Hallel, Franca, Brasil (foto: www.hallel.org.br; D.R.)

Durante el Congreso de Música Sacra celebrado en Roma en 1985, el abad del Monasterio benedictino de  Solesmes manifestaba: “hay una música que ayuda a la oración y a la elevación del alma hacia Dios y hay otra que la impide; una música espiritual y otra sensual”. Si el mundo se percibe por los sentidos, es evidente también que el límite entre el universo sensible y la sensualidad es tan preciso como el que separa la luz de la sombra. Razón por la que creemos que la desatención a un patrimonio de arte como el gregoriano -cuando se busca cantarle a Dios, en el plano de la transmisión del Evangelio y de la paz que allí se encuentra- supone un error. ¿Qué música de hoy tiene el poder de transformar los corazones, como fue el caso de Alfred de Musset, quien reconocía que fue la música la que le hizo creer en Dios, por no mencionar a Paul Claudel y a tantos otros? Ante todo, habría que pensar más en este aspecto a la hora de actuar.
“¿Es ud. lefevbrista?” –la pregunta no me ha abandonado. La misa latina de Pablo VI o la misa tridentina llamada de S. Pío V restituida al uso, “forma extraordinaria de la liturgia de la Iglesia”(3) no importa cuál, portan en sí mismad el canto gregoriano, o mejor aún: es el gregoriano tal como una ánfora preciosa que lleva las palabras sagradas… de la manera más apropiada a la liturgia, cosa ya reconocida por S. Pío X a principios del siglo pasado. Una sustitución sistemática, hacer de la norma la excepción, impide el conocimiento y el gusto de este repertorio a los más jóvenes en un momento de la historia que necesita a gritos presentar la verdad y no una opinión sobre la verdad, la profundidad de la Iglesia para encontrar allí a Dios en su lenguaje musical más específico, y no una Iglesia que se expresa por medio de una liturgia desprovista, porque la música de la que se sirve no fue lo suficientemente puesta en valor, o considerada como un mero elemento decorativo.
El Choeur Grégorien de Paris durante un oficio en la Abadía de Fontfroide (foto: EMG)
Entonces, así como el Evangelio permanece siempre una buena noticia, se podrá constatar que el gregoriano, de manera casi minimalista, casi en el espíritu de un ayuno sonoro, dice con certeza la novedad del Evangelio. Una forma de cántico nuevo pese a su edad bien diferente a otras formas musicales utilizadas en el presente, que no precisa otra cosa que la sola voz para elevar su amor hacia Dios. Y “¿qué tiene el cántico nuevo si no el amor nuevo? se preguntaba S. Agustín, también tocado por la música cuando abrazó la fe. Y agregaba: “Cantar es lo propio de quien ama”.
                                                                                             Enrique MERELLO-GUILLEMINOT 




(1) Ver Sacrosanctum concilium nn. 118-119.
(2) Ver  Sacramentum caritatis, n. 42.
(3) Ver Sumorum Pontificum, art. 1.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Cantar gregoriano, hablar con Dios


La música en la Iglesia no es como el soundtrack al que el cineasta cambia a capricho. No “ambienta” ni llena huecos; no es meramente declaratoria, ni tampoco persisgue el solo fin de unificar la asamblea de fieles.

 La música, cuando es verdaderamente litúrgica, es el lugar de encuentro con Dios, el espacio sonoro donde celebrar los divinos misterios. Modelo de toda otra música litúrgica reconocido hace ya más de un siglo por S. Pío X, el canto gregoriano es tan parte de la liturgia como “el evangeliario, el cáliz o hasta el mismo celebrante”, expresaba Dom Hourlier (1). Es la liturgia cantada. Desconocerlo es desconocer en realidad la Liturgia misma, de donde el gregoriano brota como la más bella flor, y hacia la cual se inclina con sencilla y fervorosa unción. Pero para cantarlo, comprenderlo y amarlo, es necesario de tiempo, tiempo que reclama para que su miel sea “saboreada” (2); tiempo que a veces en fin, no se “dispone”,aunque se dice que son los fieles los que tiene la premura...

 (Foto: internet. D.R.)

Sin embargo, el canto gregoriano escapa a la dimensión temporal, pues pertenece a la eternidad, eternidad que nace de Dios mismo, el Autor de sus textos. Esto es así, objetivamente; por eso decimos que es música objetiva y no sensual, como aquella de la que penosamente se abusa en las parroquias de todo el orbe cristiano. El gregoriano no recuerda ni evoca otro ritmo ni otra fiesta que el ritmo de la vida y la fiesta de Dios, cuando El mismo se hace Pan para anticiparnos las delicias de la vida eterna, y por eso es el instrumento más idóneo para el culto sagrado.
Es también una música de fuerte contenido antropológico, porque encarna en la naturaleza humana como ninguna otra. Solo la naturaleza humana basta para cantarla, solo la voz -sin instrumento alguno- alcanza para celebrar la Palabra de Dios. Esto se hace patente particularmente en el canto de los salmos, centro de gravedad de todo este repertorio. Allí está desde tiempos antiguos expresado el drama del hombre, inherente a su condición, pero también su fe segura, su esperanza y su caridad sinceras, que son al canto gregoriano, como el alma al cuerpo. En efecto, el gregoriano interpela al hombre, lo enfrenta con sus preguntas más trascendentales, poniendo al mismo tiempo, en sus labios, las respuestas que Dios le ofrece en un ida y vuelta cuya inspiración rebasa la de todo genio musical: con su Palabra le expresamos la nuestra; el Verbo Encarnado canta en nosotros. Es pues metafísico y teológico por definición; perteneciendo así al dominio de lo inaprehensible, donde el nervio auditivo no es sino una puerta de acceso a la Palabra de Dios. Allí termina la Palabra y empieza su contemplación.
 Vivimos una época sometida al orgullo humano. El “yo puedo” pareciera subordinar toda la experiencia del pasado a un plano de inferioridad, sobre la base de un concepto de progreso equivocado. Se ha relegado la recepción y la tradición desde un  “progresismo” mal orientado y esto, en el seno de la Iglesia, contraría su misma naturaleza. Sin embargo y felizmente, lentamente esta animadversión por todo lo antiguo, no importa si bueno o valioso o no -como tal era el razonamiento- va en franco retroceso. El repertorio gregoriano que se nos ha sido dado desde hace más de 1200 años, desde el “no ser” de su carácter contemplativo y su pobreza minimalista, nos refiere a un universo diferente donde todo es paz y luz, donde habita Dios en todo su esplendor y belleza. Donde Él nos habla desde su Espíritu y, si tenemos el don de la gracia, podemos responderle.
 
                                                                       Enrique MERELLO-GUILLEMINOT
 

(1) Cf. Jacques HOURLIER, Entretien sur la spiritualité du chant grégorien, Solesmes, 1985, p. 67.
(2)  El vocablo melodía se relaciona desde su etimología griega con el producto de la abeja.